Columnas Rinconet

Néstor

By 28 octubre, 2010 4 Comments

Es extraño recordar lo que era la política antes de Néstor.

Hoy estamos preocupados por la formas, por el decreto que debería haber sido una ley, por el enunciado poco claro de un artículo o por el no respeto a un reglamento olvidado. Gozamos de las ventajas de la letra chica, algo insólito en un país como el nuestro, generoso en catástrofes mayúsculas.

Nos damos el lujo de ser conservadores. Pedimos a nuestros gobernantes que vayan más despacio, que no redoblen la apuesta, que reflexionen, que ya está bien así.

La última vez que sentí algo parecido fue con el juicio a las juntas. Me hubiera conformado con mucho menos pero había un tipo obcecado, un crispado, que por suerte quería mucho más que yo. Luego vino la ley de divorcio, la última iniciativa progresista de un gobierno radical y después la noche menemista. Nunca más volví a sentir que la política podía cambiar algo en nuestras vidas. Debíamos limitarla a esa nada, a ese destino de ONG que, según lo que nos aseguraban tipos serios que habían hecho estudios superiores, era irremediable. Ya que de eso se trataba, de destinos irremediables.

La Alianza fue la culminación de esa condena. Fue una picadora de carne porque, a diferencia de Menem, algo esperábamos del Chacho o de Graciela. Pero Lopez Murphy nos explicó rápidamente que no era política, ni siquiera economía, sino aritmética. El discurso era el mismo pero reducido a su mínimo común denominador: no se puede. La Alianza fue además la perfección del sistema de representación. El gobierno defendía sus iniciativas no por creer que fueran buenas políticas, sino por considerar que eran buenas señales. No dependíamos de lo que hiciéramos sino de lo que otros comprendieran a nuestras pantomimas.

Y un día llegó Néstor. A la pantomima de las buenas señales prefirió la teatralización de la confrontación. Con un sistema rudimentario, de mesa chica, de enunciados grandilocuentes y segundas líneas anoréxicas, logró entregar un país en mejores condiciones que el país que recibió. Algo milagroso en los últimos 50 años. Logró además llevar las expectativas más allá de sus propios logros, lo que mejora nuestro futuro aunque pueda empeorar su presente.

Creo que su gran lección es esa. A los ponchazos, con energúmenos o sin ellos, negociando o a los gritos, con jóvenes idealistas, técnicos serios o rosqueros patentados, con ortodoxia de almacenero y discurso regional, con Mario Ischii y Marcó del Pont, con Braga Menéndez y D´Elía, con La Matanza y con Brasilia, se puede.

Ilustración: Simón, un voto K para el 2023.

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