Columnas Rinconet

El ocaso del Chikoffismo

By 29 noviembre, 2010 2 Comments

La doctrina chikoffista, fundada por el célebre Conde, establece que lo realmente relevante en política son las formas. Es un sistema transversal, que atraviesa cualquier movimiento y partido político, con el único requisito excluyente de ser oposición (no existen ejemplos documentados de gobiernos chikoffistas).

La franquicia local más conocida es la del radicalismo Chikoff (o radical-chikoffismo), cuya inicio de actividades remontaría al 3 de junio de 1987. En esa fecha fue promulgada la ley de divorcio que según algunos historiadores fue el canto del cisne de la UCR. El ejecutivo alfonsinista rosqueó con todos los medios a su disposición para lograrlo y si no envió sms amenazantes, de esos que perturban el ánimo de las diputadas radicales, fue solo porque el lamentable servicio de Entel no lo permitía. El padre de Ricardito llevó adelante la iniciativa, pese a la terrible crispación que generaba en la Iglesia y en parte de la oposición y ni siquiera se preocupó por las amenazas de excomunión y el desamparo visible de la Vírgen de Luján. No escuchó a aquellos que si bien estaban de acuerdo con la ley, consideraban que no era el momento y que era mejor esperar. No hubo diálogo ni consenso.

Tal vez preocupada por tanta política explícita, la UCR se fue transformando a partir de esos años en un partido reactivo, especializado en buenas costumbres. El Pacto de Olivos no fue presentado como algo bueno sino como algo inevitable. Fue el barniz radical sobre la barbarie menemista que, de no haber existido ese sacrificio alfonsinista, se hubiera merendado las instituciones.

La crítica al menemismo se fue concentrando en las formas, en aquella barbarie de nuevo rico. Los menemistas no pronunciaban las S, se robaban hasta los ceniceros y no respetaban los reglamentos. El radical-chikoffismo dejó de lado la condena a un sistema injusto y focalizó en la la falta de buenos modales. El problema no era el modelo, apoyado por empresarios y medios concentrados, sino las desvergonzadas formas de quienes lo implementaban. De la Rúa defendía la convertibilidad con el mismo ahínco que Menem pero, a diferencia del riojano, sabía usar el cuchillito para cortar pomelo. La Alianza fue un invento chikoffista, que le permitió a la oposición acumular poder pero que le hizo olvidar el famoso requisito excluyente de la doctrina: ser oposición.

El fracaso del gobierno aliancista, sorprendentemente, no significó el fin de la franquicia que mutó en el nuevo chikoffismo mediático.

Después de tocar fondo con el Señor 2,34 % en el 2003, el radicalismo logró salir de la carpa de oxígeno, convirtiéndose en un módico manual de buenos modales gracias a la nueva doctrina. Se opuso a todas las medidas del gobierno, aún aquellas que siempre defendió y defendió cualquier iniciativa en la medida que fuera inofensiva hacia los factores de poder. El objetivo era salir de terapia intensiva y con TN lo logró con creces.

Pero algo cambió.

A su intrínseca alergia al gobierno, el chikoffismo suma hoy la imposibilidad de acumular poder político como oposición. Los chikoffistas, expertos en nimiedades, insisten en denunciar los codos sobre la mesa del oficialismo, sus eructos inaceptables y su escandalosa grosería, pero comprueban con espanto que ya no alcanza con eso. Su poder se disuelve a una velocidad parecida al de su antigua socia, la Mentalista de Gorlero.

Pero a diferencia de Carrió, cuya felicidad no depende de lo que suceda en el Reino de Este Mundo, eso no parece causarles gracia.

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