Notas

Sobre depredadores y depredadas

By 22 diciembre, 2016 7 Comments
Columna publicada en Nueva Ciudad.

Hace un poco más de 70 años se estrenó Luz de gas, la obra maestra de George Cukor, protagonizada por Ingrid Bergman, Charles Boyer y Joseph Cotten, un film basado en un policial victoriano que el director llevó hacia el costado más psicológico de la historia.

La película comienza con el misterioso asesinato de una célebre cantante de ópera, la tía de la joven protagonista encarnada por Bergman. Ésta, afligida, huye de Londres a Italia en donde conoce a un pianista – el personaje interpretado por Charles Boyer- con quién se casa y decide volver a vivir a la casona propiedad de su difunta tía.

La relación entre ambos pasa del idilio inicial a una dependencia patológica. El personaje de Boyer la aísla “para protegerla”. Ciertas noches, ella incluso cree percibir que la luz de la casa disminuye (es luz de gas, de ahí el título del film), algo que su marido niega y que la convence de que ha entrado a transitar un camino de locura creciente.

Algunas dudas sobre la identidad del pianista y la llegada de un detective de Scotland Yard -caracterizado por Joseph Cotten- logran salvarla de las garras de su marido y, sobre todo, permite develar el misterio: Boyer asesinó a la tía cantante para robarle unas joyas que no pudo encontrar y planeó el viaje a Italia y el posterior casamiento con su sobrina para poder seguir buscándolas en la casona familiar. Esa búsqueda en el desván durante la noche, entre los infinitos vestidos y tocados de la diva, originaba la disminución de la luz en el resto de la casa y que su mujer percibía. El personaje de Ingrid Bergman no estaba loca: la enloquecían.

Recordé esa película al leer Colombia, un largo artículo de la escritora y guionista Carolina Aguirre, publicado en la revista de La Nación. En él, Aguirre relata la relación tortuosa que tuvo con su ex novio, quién la maltrataba y a quién, sin embargo, no lograba dejar (“lo dejo una vez por semana por lo menos”). El novio pasaba del maltrato a las apasionadas declaraciones de amor eterno, de la violencia a la dulzura. Como el personaje de Ingrid Bergman, Aguirre sentía que enloquecía (“¿Estaré loca? ¿Será verdad que lo estoy haciendo sufrir así?”). Incluso su analista, a quién imagino con la cara de Charles Boyer, le explicaba que el problema era ella.

Durante un viaje a Colombia (de ahí el título de la nota) ella intenta dejarlo y él la golpea con violencia. Gracias a la seguridad del hotel, Aguirre consigue irse y, al otro día, volver a su país y a su casa. De a poco, con la ayuda de un papá que da mucho sin saber demasiado, de amigos y de una ex pareja, logra pegar los pedazos rotos y hacer lo que mejor sabe: escribir sobre lo que pasó.

Hay datos importantes que ella señala: es una mujer independiente, con recursos y, además, una persona comprometida con la causa de la violencia de género. Es decir que, además de estar bien informada, no padecía un flagelo común entre las mujeres maltratadas: la dependencia económica hacia el maltratador que les impide huir. En un primer momento se culpa por haber tolerado esa relación para luego, con lucidez, aceptar que le puede pasar a cualquiera (“¿Por qué no a mí, si le pasa a todas? ¿Tengo coronita?”). Creo que ese es el punto esencial de la columna.

Mucha gente considera que esa clase de violencia es un problema íntimo, de “a dos”. Es decir que la mujer abusada tendría responsabilidad sobre la violencia que padece. Como si poner el cuerpo fuera lo mismo que poner el puño. Es una extraña opinión que no solemos tener frente a, por ejemplo, un robo o una estafa. No decimos que pasear con un reloj caro nos haga co-responsables de su eventual robo o que quién cayó en el cuento del tío, por más que estuviera bien informado al respecto, sea otra cosa que una víctima. Las mujeres que padecen abusos no suelen contar con esas elementales prerrogativas. Al parecer, si eligen a un depredador es “porque les gusta”.

Ocurre que los depredadores no son sólo eso. Suelen ser, además, tipos encantadores, amables, en apariencia sensibles, que dicen lo que sus parejas o amantes quieren escuchar y que, además, suelen elegir a personas que pasan por momentos de debilidad para, como en Luz de gas, “protegerlas”. Quién elige a un depredador no elige estar en un ring, no todo el tiempo al menos. Elige también las flores regaladas, la falsa protección y las declaraciones de amor eterno que se matizan entre golpes y descalificaciones.

Hay un extraño veneno que abunda al opinar sobre estos casos y que consiste en culpabilizar a la víctima, para que, además de recibir golpes y vejaciones, deba maltratarse por haberlos aceptado. La realidad es que no hay ninguna equivalencia entre depredadores y depredadas. Antes de levantar el dedo, entonces, deberíamos recordar que nadie acepta vejaciones, sólo las padece.

Dejar un comentario 7 Comments

  • tatincito dice:

    La nota habla de la violencia de género y Alciditos mete al kirchnerismo.

    Después los fanáticos cerebro lavado somos nosotros.

  • Don Alcides esta en perfecta sintonia con este gobierno.Quisiera que nos dijera, sin mentir ni omitir las supuestas" ventajas que tenemos hace un año. Desocupacion,inflacion,mal trato a cualquier idea q no sea neoliberal,jubilados en la lona,sin aumentos y el pais sigue endeudandose a pasos agigantados.Me parece que el sindrome de estocolmo lo padecen todos los globoludos.Ay! pais!

  • rodval dice:

    “Seguí mi camino, considerando que Dios es sobre natura, y antes que amaneciese di sobre dos pueblos, en que maté mucha gente y no quise quemarles casas por no ser sentidos con los fuegos de las otras poblaciones que estaban muy juntas. Y ya que amanecía di con otro pueblo tan grande que se ha hallado en él, por visitación que yo hice hacer, más de veinte mil casas. Y como las tomé de sobresalto, salían desarmados, y las mujeres y niños desnudos por las calles, y comencé a hacerles algún daño; y viendo que no tenían resistencia vinieron a mí ciertos principales del dicho pueblo a rogarme que no les hiciésemos más mal porque ellos querían ser vasallos de vuestra alteza y mis amigos; y que bien veían que ellos tenían la culpa en no me haber querido servir […] Después de sabida la victoria que Dios nos había querido dar y cómo dejaba aquellos pueblos en paz, hubieron mucho placer” .
    (Carta de Hernán Cortés en 1520 al rey Emperador Carlos V)

    “….cinco siglos igual…(Leon Gieco)

    ….todavía hoy permitimos imponer convicciones aún por la fuerza, como hace casi quinientos años Cortés, Pizarro y tantos otros “adelantados” salvaron a América Latina decapitando, torturando, violando, esclavizando y quemando pueblos enteros como forma de persuasión. La fuerza no sólo impone su verdad por el miedo y la coacción sino, sobre todo, por la seducción del vencido (luego de masacrados, los mexicanos reconocían llorando ante Cortés que la culpa era de ellos, por resistir a la invasión).

  • Leo Chiriano dice:

    Bueno si, hay algo más para aportar y pareciera ser que Don Alcides podría estar influido por el síndrome de Estocolmo o quizás sea reverse psicólogy o los dos juntos vea! Un tratamiento no se le niega a nadie. Eso sí, el artículo de marras le viene como anillo al dedo pero no creo que sea capaz de verlo siendo el una víctima como nosotros, en forma genérica digo. Abrazos.

  • Leo Chiriano dice:

    Btw coincido en un todo con la nota. Buen trabajo. Nada más para aportar. Gracias.

  • Rinconete dice:

    Alcides
    El kirchnerismo, según usted, maltrataba a sus simpatizantes y, según otras fuentes igual de confiables, como nuestra vicepresidenta, los mantenía en una realidad insostenible que hoy debemos sincerar. Es bien complicado, como diría Binner.

  • Alcides Acevedo dice:

    Excelente descripción del kirchnerismo y el vínculo con sus simpatizantes.