Notas

La persistencia del rechazo

By 11 marzo, 2019

Columna publicada en Nuestras Voces

 

El 31 de octubre de 1983, la madre de un gran amigo me explicó que el peronismo ya estaba muerto pero que “ahora está enterrado”. El día anterior, la candidatura de Raúl Alfonsín se había impuesto sobre la de Ítalo Luder, en las primeras elecciones presidenciales que la UCR lograba ganarle de forma legítima a su eterno rival.

Seis años más tarde, pese al candoroso deseo de la madre de mi amigo, el peronismo volvía al poder de la mano de Carlos Menem. En medio de un proceso de hiperinflación, con un presidente desgastado y un candidato oficialista que generaba poco entusiasmo, la UCR cosechó sin embargo más del 37 por ciento de los votos. Sumando los electores de la UCD de Álvaro Alsogaray, casi un 44 por ciento de los electores no confiaba en el peronismo como opción de gobierno aún en medio de una de las peores debacles económicas que conociéramos hasta ese momento. Ese rechazo se modificaría en 1995, la siguiente elección presidencial, cuando muchos de los electores antiperonistas optaron por la reelección de Menem. Al parecer, el histórico rechazo al peronismo no tenía que ver con los modos rudos de ese movimiento ni con las eternas denuncias de corrupción sino con el modelo político que defendía.

Como la madre de mi amigo, muchos electores antiperonistas se habituaron a no votar a favor de una opción política sino en contra del candidato del PJ. En realidad, votar por el menos malo equivale a votar por el mejor, la diferencia es sólo semántica. Lo que cambia, eso sí, es la volatilidad del entusiasmo. Como una Rogel infinita, los candidatos “en contra” se suceden como las capas de la torta y lo único que se mantiene es la persistencia del rechazo.

Un fenómeno similar ocurre dentro del electorado panperonista, por llamarlo de alguna manera, con la figura de CFK. A partir de la derrota del FPV en 2015 se estableció una persistencia del rechazo hacia su figura entre algunos antiguos seguidores. En efecto, el diputado Diego Bossio o el senador Juan Manuel Abal Medina no fueron los únicos en descubrir un sinfín de calamidades en ese liderazgo que apoyaron durante ocho años apenas su candidato perdió las elecciones.

Sergio Massa, presentado en Davos a principio del 2016 por el propio presidente como el líder de la oposición, he reducido su caudal electoral del 2013, su momento de gloria, como nieve al sol y perdido a varios de sus más sólidos lugartenientes.

Florencio Randazzo, presentado como el candidato del poskirchnerismo por sus militantes, al menos mientras los tuvo, ha desaparecido de los lugares que frecuentaba y su participación en el debate político es menor a la de Amado Boudou, pese a que está alojado en el penal de Ezeiza sin tener condena firme.

El senador Miguel Ángel Pichetto, ex hábil armador del bloque kirchnerista que también descubrió su escasa afinidad hacia ese espacio luego de la primera derrota presidencial, intenta por su lado escapar a un destino de irrelevancia con letanías reaccionarias sobre planes sociales, extranjeros y otras calamidades.

La última capa de la Rogel del rechazo la conforma la candidatura presidencial de Roberto Lavagna, ex ministro de Economía de Eduardo Duhalde y Néstor Kirchner y ex candidato a presidente junto a la UCR. Varios periodistas serios, incluyendo a oficialistas psiquiátricos como Federico Andahazi, saludaron la modestia de Lavagna que no apoya a nadie más que a sí mismo y sólo sería candidato si no hubiera PASO y si el resto de los candidatos se encolumnaran detrás de él. Un gesto de una gran humildad, lejos de la terrible soberbia de CFK.

Como ocurrió con todas las capas anteriores, ésta también se evaporará, víctima de la contraparte necesaria a la persistencia del rechazo: la volatilidad del entusiasmo.

Imagen: En el Instituto Patria, dos oficiales de La Cámpora operan el dispositivo para destruir liderazgos alternativos al de CFK (gentileza Fundación LED para el Desarrollo de la Fundación LED)