Notas

El país country

By 6 diciembre, 2020

 

Columna publicada en Nuestras Voces

 

Cuando tenía 13 o 14 años, un amigo me preguntó si creía en Dios. Era un tema que lo preocupaba y que solía debatir con los curas de su colegio, el Cardenal Newman. Cuando le contesté que no, me miró azorado y concluyó: “Pero entonces sos un judío de mierda.” Recuerdo que quedé aún más azorado que él, sin saber por dónde empezar. Más allá del agravio, no dejaba de asombrarme que alguien pudiera pensar que lo que caracterizaba a los judíos fuera el ateísmo. Sobre todo alguien con una mínima educación religiosa.

En la misma época, en casa de otro amigo, supe que el día anterior habían echado a la empleada doméstica por haberse defendido del hermano mayor cuando éste intentó entrar en su habitación en medio de la noche. “Le dije a la negra de mierda que se fuera inmediatamente” explicó la abuela, patriarca de una familia con antepasados ilustres, obviando la violencia de su nieto abusador, ya adulto en aquel entonces.

En realidad, “judío” o “negra” son nociones de bordes laxos en las que determinados sectores sociales colocan sus alucinaciones. El judío mató a Cristo, no cree en Dios, es avaro, domina al mundo. La negra es sucia, chorra, ignorante, promiscua. Un bien mueble a disposición de los varones de buena familia. Esa letanía es el resultado de un tenaz desprecio de clase, una costumbre de ciudadano integrado hacia los que siente inferiores o ajenos que se transmite de generación en generación.

Mis dos amigos, el que me pensaba judío por no creer en Dios y el hermano del abusador, jugaban al rugby. Recordé estos episodios a partir del escándalo generado por el tibio homenaje de los Pumas a Maradona en contraposición al de sus rivales, los All Blacks, que reflejó un reconocimiento ausente en el equipo argentino. La indignación siguió con una operación de arqueología tuitera que sacó a la luz viejos tuits de algunos de los Pumas, rebosantes de desprecio hacia los negros, los judíos, los homosexuales y las empleadas domésticas, una obsesión de clase. Ni los Pumas ni el rugby en general tienen el monopolio de esta clase de discurso, mucho más transversal de lo que muchos quisiéramos aceptar, pero quienes escribieron esos tuits no eran casos aislados sino que respondían a un lugar común, a una empatía con los propios generada a partir de la discriminación hacia “los otros”. Lo mismo ocurrió con los rugbiers de Zárate que el verano pasado asesinaron a golpes a Fernando Báez Sosa a la salida de un boliche de Villa Gesell. No eran jóvenes abducidos por alienígenas sino un grupo homogéneo que respondía a mandatos sociales claros.

En 2007, luego de su histórico tercer puesto en el mundial de rugby, Noticias publicó a los Pumas en la tapa. La revista los consideraba algo más que un equipo exitoso: “Los Pumas y el país soñado. Respeto por la autoridad, reglas de juego inquebrantables y solidaridad. Competencia dura pero leal y reconocimiento por el esfuerzo a quien no se considera un enemigo. El efecto del rugby en las villas. La metáfora de una Argentina posible. ¿Por qué en política domina el modelo tramposo del fútbol?”.

La revista de la editorial Perfil ofrecía así una variante a la Argentina negra y tramposa representada por CFK, elegida en primera vuelta en las presidenciales de aquel año luego de cuatro años de gobierno de Néstor Kirchner. El relato de la Argentina “blanca, hermosa y pura” hizo eclosión unos años después, con el gobierno de Cambiemos. Por fin seríamos gobernados con respeto a la autoridad, reglas de juego inquebrantables y solidaridad.

Sin embargo, algo falló. Denigrar a la “grasa militante”, perseguir a los opositores a través de una mesa judicial, denunciar terrorismos imaginarios, considerar que los docentes son una lacra o justificar el balazo por la espalda como política de Seguridad, no nos convirtió en el país soñado por la revista Noticias. El gobierno que se identificó con los Pumas nos legó más pobreza, más indigencia, más desempleo y más deuda.

La Argentina soñada resultó ser un sueño limitado al 10% más rico, un país country, rodeado de pobres cada vez más pobres y cada vez más denigrados. Porque como suele ocurrir con los modelos tribales que se autoperciben meritocráticos, las víctimas son transformadas en victimarios.