Notas

La derecha imaginaria

By 8 marzo, 2021

Columna publicada en Nuestras Voces

Como una especie de Cometa Halley, cada tantos años la Argentina anuncia la inminente llegada de una derecha moderna. Es una letanía persistente que ilusiona a muchos, en particular a quienes no se perciben de derecha, ya que ven en esa inminencia el paso necesario hacia un país serio, con debates constructivos y acuerdos de largo plazo que nos permitan salir de lo que hace décadas Juan Carlos Portantiero llamó el “empate hegemónico”.

El último paso del Cometa Halley ocurrió con el PRO, “la construcción conservadora más exitosa de los últimos años porque, a diferencia de los intentos anteriores, logró dejar de lado un tenaz antiperonismo. Junto a los simpáticos cursos de entusiasmo de Alejandro Rozitchner, el PRO tiene a Cristian Ritondo asegurando el sur de la Ciudad. El No-Relato permite articular a una Michetti –pasionaria de las Señoras Bien– con el PhD en Rosca Diego Santilli y, a ambos, con un conservador lúcido como Federico Pinedo”, como escribí en 2014, cuando todavía era un partido vecinal.

Bajo el liderazgo de Macri y el apoyo de nuestro establishment, el PRO reunió a figuras de la derecha tradicional pero también a muchos jóvenes que se autopercibían demócratas norteamericanos, obamistas soñadores que buscaban terminar con la barbarie peronista sin pasar necesariamente por proscripciones o bombardeos a la Plaza. El PRO como derecha moderna generó una breve pero intensa ilusión en muchos progresistas antiperonistas, que querían ver en las sonrisas, los globos y las zapatillas algo más que un manual de marketing. Creyeron que la derecha rancia había quedado atrás y que ahora había llegado la hora de una agenda de derechos ciudadanos ampliados.

Los años de gobierno de Cambiemos fueron devastadores para esa candorosa ilusión. El de Macri fue un gobierno tan nefasto hacia las mayorías como los gobiernos de nuestra derecha de siempre. De la agenda ciudadana que tantas ilusiones había generado en un cierto grupo de analistas políticos nada ocurrió más allá del debate por la legalización del aborto en el Congreso que el propio oficialismo frenó votando mayoritariamente en contra. Los jóvenes idealistas del PRO aprendieron a justificar el balazo por la espalda como política de Seguridad, inventar guerrillas imaginarias, defender la persecución de opositores a través de la Justicia federal, denunciar “ejes del Mal” con Venezuela, Irán o el país satánico que tocara e incluso promover el despido de empleados públicos por ser supuesta “grasa militante”.

Desde la cachetada de las PASO de 2019 en las que el Frente de Todos sacó una ventaja de 15 puntos sobre el oficialismo, Cambiemos se radicalizó. El manual del asesor político Durán Barba, generoso en felicidad, diálogo y buena onda, que proponía buscar entre todos las soluciones adecuadas, enriqueciéndonos con las diferencias y eludiendo como al ébola la confrontación, fue abandonado. Frenar la vuelta del kirchnerismo al poder, definido como el mal absoluto, se transformó en la única agenda. Electoralmente no fue una mala decisión, Macri logró remontar la diferencia aunque perdió la reelección en primera vuelta, algo infrecuente en los oficialismos regionales.

Desde la presidencia del PRO, Patricia Bullrich, la ex ministra Pum Pum, retomó esa agenda hoy construida por los medios y consiguió que Juntos por el Cambio se oponga a toda iniciativa oficialista con un moralismo tan furioso como selectivo que elude cualquier análisis político. Así, la oposición pasó de denunciar penalmente al gobierno por intentar envenenar a la población con la vacuna Sputnik V a denunciarlo, también penalmente, por querer guardar ese veneno para los propios.

Hoy una minoría intensa, terraplanista, domina la escena de la oposición. Eso no significa que todos comulguen con las alucinaciones que repite esa minoría pero no tienen forma de rechazarla públicamente, en particular en un año electoral. El episodio repulsivo de las bolsas mortuorias colgadas de las rejas de la Casa Rosada, reivindicado por unos y justificado por otros, demuestra que sólo hay dos alas en Juntos por el Cambio: una fanática y otra imaginaria.

Los medios alimentan el terraplanismo opositor porque desgasta al gobierno pero también porque desgasta a la política electoral en general. Ningún partido puede salir ileso de la furia terraplanista ya que no hay forma de encuadrar ese odio antipolítico desde la política partidaria, de ningún lado de la grieta.

La derecha moderna no sólo no existe desde la acción política sino que es un espejismo electoral, no hay ahí una audiencia huérfana que el oficialismo pueda disputar. Es por eso que el gobierno no debería predicar hacia ese sector sino consolidar discursivamente a su propio electorado y con la gestión ampliar su apoyo político.

Algo de eso parece traducirse en el cambio de tono de Alberto Fernández en el discurso de apertura de las sesiones ordinarias del Congreso. Llamó a muchas cosas por su nombre, lo que es siempre benéfico. Resta a saber si tendrá los medios para imponerse y traducir esos anuncios en políticas concretas o las buenas intenciones se diluirán como ya ocurrió en otros casos como la expropiación de Vicentin.

Como escribimos en esta misma columna, en este coyuntura hay solo dos temas relevantes: la vacuna y el bolsillo. El plan de vacunación es razonablemente exitoso (lo que explica en parte el fracaso de la marcha y el cacerolazo opositor). En los próximos meses sabremos qué ocurrirá con el bolsillo (es decir, con la evolución de los sueldos y las jubilaciones por un lado y el precio de los alimentos y las tarifas de servicios por el otro).

El resto de los temas son, hoy, tan imaginarios como nuestra derecha moderna.