Notas

El Bosnio y sus #ReflexionesFiscales: ¿No será hora de terminar con el subsidio a la emigración fiscal?

By 11 mayo, 2021

Columna publicada en El Destape

Estas notas buscan mostrar algunos agujeros fiscales que permiten – ¿obligan? – a nuestros ricos y poderosos a comportarse sin decoro social, con el fin de darles remedio. Comenzaremos con el premio que nuestro fisco ofrece a todo millonario que decida partir a tributar a otros horizontes. El mismo consiste en no cobrarle por las ganancias que haya acumulado -sin efectivizar- durante los años de vida en Argentina, y dejarlo partir con ellas.

Desde siempre, la ley fiscal argentina obliga a las personas físicas a tributar por sus ganancias recién en el momento de cobrarlas. Así, un gigallonario modesto y trabajador que adquirió un millón de dólares en acciones de Amazon hace 10 años, acumuló ganancias por 16 millones de dólares. Año tras año, el fisco le permitió no pagar impuesto alguno por esas ganancias que se acumulaban, para no obligar al pobre hombre a tener que vender su casa, como teme Gustavo Grobocopatel que les ocurra a algunos con el impuesto a las grandes fortunas. Esta inexplicable cortesía financiera brindada por el fisco argentino se termina el día en que nuestro afortunado inversor decide vender esas acciones: cuando se hace del dinero -o sea, cuando se realizan o efectivizan las ganancias- entonces sí deberá presentar su declaración jurada y pagar hasta el 15% de toda la ganancia acumulada por valoración, desde el día en que adquirió los activos.

Ahora bien, ¿qué pasa si en el medio, nuestro afortunado de manos callosas decide emigrar a, por ejemplo, Uruguay? Se llevará sus acciones de Amazon que no han tributado aún, tal cual se lleva su sofá de seis cuerpos o la colchita tejida por su tía Julia. La ganancia devengada -correspondiente a la acumulada por el valor de las acciones, pero aún no transformada en dinero- se mudará con él, sin tributar una moneda aquí en concepto de ganancias.

Si en algunos años, nuestro feliz contribuyente decidiera vender esas acciones, esa operación podría estar alcanzada, pero por el fisco del país al que se haya mudado. Sorprendentemente, nuestros millo-emigrantes suelen elegir como destino países con fiscos extremadamente benévolos con este tipo de ganancias. Así, se van de la Argentina porque no somos Australia, pero eligen como destino las Islas Caimán o Uruguay. De esta forma, nuestro exitoso viajero habrá evitado construir 50 escuelas en Jujuy o en Tucumán, pero a cambio habrá colaborado en la compra de una caja de tizas en Maldonado.

Al decidir vender ese millón de dólares en bitcoins comprado hace 2 años y que hoy valen 50 millones ¿quién no pensaría en mudarse antes al Uruguay y tributar distinto?, ¿Quién podría resistir tamaño estímulo a la emigración?

La pregunta que debemos hacernos es por qué ponemos a nuestros ricos en semejante dilema. Este subsidio a las ganancias aplica para cualquier activo, sean acciones en la bolsa o una casa en Grecia, y siempre que no haya sido vendido antes, es plausible de emigrar allí donde su dueño decida, evitando tributar en Argentina. Si por un subsidio eléctrico de morondanga yo dejo el aire acondicionado prendido en invierno y calefacciono hasta la evaporación la pileta que aún no tengo, cómo negar que arrastraría a toda mi familia a las Islas Caimán con tal de ahorrarme el 15% de una fortuna.

Extrañamente, a los sommeliers de subsidios tan atentos al de la luz, el gas y el bondi, se les escapó este. Quizás sea porque no hay pobres dentro de la población receptora, es exclusivamente para muy ricos, lo que elimina cualquier incentivo para suspenderlo o deslegitimarlo.

¿Cómo resolver esto? Lo primero es explicarles a nuestros Marco Polo fiscales que, cuando deciden emigrar a otro bar, pierden el fiado que les daba la casa. El fisco debería hacerles la cuenta de todas las ganancias acumuladas y no efectivizadas, y sobre ellas, calcularles el impuesto adeudado. Nadie se lleva un café sin pagar, ni una ganancia sin tributar.

Si a Grobocopatel le siguiese preocupando que algún gigallonario se viera obligado a vender de apuro alguna propiedad para pagar el tributo, podríamos aceptar hacerles la cuenta y que quede como deuda, con una tasa de interés acorde. El Estado puede dejar de ser bobo sin dejar de ser cortés.