Notas

El Bosnio y sus Reflexiones Fiscales IV: Una herencia para mi país

By 21 mayo, 2021

Columna publicada en El Destape

La herencia -o expresado más ampliamente, la transferencia gratuita de bienes- es probablemente el ingreso más disociado de la ficción meritocrática. A menos que el azar sea considerado un mérito, o que lo sea haberle ganado a un sinnúmero de espermatozoides, en una carrera de reglas inciertas.

El impuesto aplicado a la herencia es un tributo muy generalizado en los países desarrollados y no es infrecuente entre nuestros vecinos. Por lo general, tributa a una alícuota mayor al de las ganancias habituales: En EEUU alcanza al 40% de todo lo heredado, en Francia al 45%.

Los verdaderos liberales del planeta -no la cepa conservadora que se ha hecho dominante y plaga en nuestro país- lo tienen en alta estima, porque argumentan que no significa sacarle dinero a quien ha sabido generarlo y lo sabría multiplicar en beneficio de todos. Además, porque es un bien que no estaba en la ecuación de inversión ni en la necesidad de nadie. El contribuyente está “sorprendido y dulce”, como diríamos de quien se ganó el Quini 6 la semana pasada. También es un impuesto apreciado por los progresistas del mundo, dado que es el último freno a la acumulación incesante de riqueza, por el fenómeno bola de nieve de “la riqueza crea más riqueza”, descripto por Thomas Piketty.

En La Argentina, el impuesto a la herencia existió desde la época colonial, y fue modificando sus alícuotas y conceptos en distintas oportunidades. Finalmente, desapareció de nuestras tierras en 1976, como tantas otras cosas y personas, en manos de José “Joe” Martínez de Hoz. Joe había perdido a su padre en ese mismo año, coincidencia que no permite inferir causalidad ni produce sorpresa. Lo sorprendente es que 40 años de democracia no lo hayan repuesto, aunque pensando en tantas leyes instaladas durante la última dictadura y nunca corregidas -como la Ley de Entidades Financieras o la Ley de Inversiones Extranjeras- deberíamos replantearnos el concepto de sorpresa.

Si el devenir histórico en el que se esfumó de nuestro sistema tributario no hace mella, es oportuno analizar la crítica que genera este impuesto al suertudo en duelo. Algunos sostienen que esa fortuna ya ha tributado en cabeza del padre, madre o donante, una idea que goza de cierta apariencia de sentido común, pero carece de fundamento legal y de legitimidad alguna. Padres e hijes son personas distintas, así como uno no está́ forzado a heredar las deudas o condenas penales de sus padres por ser personas legalmente distintas, no hay razón para que el Estado las considere como la misma a la hora de cobrarles tributo.

El criterio de impuesto a la herencia debería aplicarse también a cualquier donación a terceros, muy en particular a aquellos que no tributen en Argentina. Esto desincentivaría la creación de trust o fideicomisos patrimoniales en el extranjero, esa ficción fiscal por la que una persona declara haber donado toda su fortuna a un señor desconocido en suiza o en Lichenstein pero sus hijos milagrosamente seguirán recibiendo del suizo una ayuda material tal cual la hubieran recibido si aún la tuviera el padre o la madre. No es el ingenio del que busca dejar de tributar por su fortuna, sin perderla, lo que sorprende sino la incomprensible legitimidad que goza esta ficción ante los ojos de los jueces.

Así, quien transfiera fondos a un trust donando bienes en carácter gratuito a un señor desconocido en Suiza, a los efectos legales debería ser alcanzado por un impuesto equivalente al de la herencia, dado que estaría realizando estrictamente una transferencia gratuita de bienes. Por supuesto, luego aplicaríamos la regla de “quien transfiera dólares tributará dólares” que expresé en una nota anterior.

Si en algún momento, nuestro desconocido en Suiza decidiera voluntariamente transferir parte de estos fondos a un ciudadano argentino que -¡Oh! Casualidad- es hijo o nieto del donante original, ese pase debería volver a ser considerado una transferencia gratuita de bienes y, como tal, tributaría en cabeza de quien la recibiese.

Pero entonces, ¿sería más caro hacer un trust que heredar? ¡Claro!, es natural que esconder fondos resulte más caro. Quien simplemente quiera dejar un bien para sus herederos, no debería formar un trust en el extranjero sino simplemente dejar que cambien la titularidad de dichos activos a través de un juicio sucesorio, y que tributen el impuesto correspondiente por única vez.

Si debemos construir escuelas, rutas y hospitales con dinero de privados, el reciente heredero pareciera ser uno de los contribuyentes ideales. Para quien crea que el Estado no construye nada, no habrá impuesto que valga. A él solo podría recomendarle que escoja el mal menor, porque las sociedades nunca se resignan a quedarse sin recaudación fiscal. Si no es este, será otro impuesto con peores externalidades. Esta es la razón por la que Warren Buffet y Bill Gates, entre muchos otros, están a favor de aumentarlo.

Entonces, ¿por qué aún no restauramos este tributo? No creo en la idea de que nuestros dirigentes frenen la iniciativa por preocupación hacia sus hijos, que heredarían millones. Creo más bien que la prédica de quienes sí son millonarios y piensan en sus hijos los convencen de lo inoportuna de esta batalla. Es cierto que los ingresos generados vendrán muy desplazados en el tiempo, y es probable que no tenga la potencia recaudatoria de otros impuestos como el IVA o Ganancias.

Pero tener como horizonte la equidad -y este tributo es emblema de la misma- requiere de estas luchas. Si no nos atrevemos a darla, siendo tan legítima, tan frecuente, tan histórica, ¿qué podemos esperar de las otras luchas?