Notas

La incomodidad con lo popular

By 8 agosto, 2021

publicado en Nuestras Voces

En Breve historia del antipopulismo, Ernesto Semán escribe “El populismo latinoamericano, como experiencia histórica, es la forma dominante de inclusión de las clases populares (obreros urbanos y campesinos) en la política de masas entre los años treinta y los sesenta del siglo XX. Sus ejemplos paradigmáticos son el peronismo de la Argentina, el varguismo en Brasil y el cardenismo en México.” En una reseña sobre dicho libro, María Esperanza Casullo agregó que “El antipopulismo existe desde antes del peronismo y lo excede, ya que el antipopulismo nace de una incomodidad esencial con lo popular.”

Esa incomodidad definiría al antipopulismo en todas sus formas, ya que, pese a lo que podríamos pensar hoy al escuchar las letanías terraplanistas referidas al populismo en general y al kirchnerismo en particular, “no siempre ni necesariamente el antipopulismo fue antidemocrático, antipopular, o violento.”

A diferencia de otras élites, la nuestra nunca imaginó un sistema de apartheid, por llamarlo de alguna manera, con respecto al pueblo. Como afirma Casullo, “el problema es que a la élite argentina le es tan imposible pensar la política sin pueblo como aceptar plenamente su inclusión en la vida política.” En esa tensión entre la voluntad de integración política de las clases populares y la obstinación por lograr que acepten el modelo de la élite reside el dilema del “chancleteo”, como llama Semán a esa forma pendular que padece nuestro establishment entre el entusiasmo por la política de masas y la desilusión frente a la persistencia electoral del populismo.

El peronismo, esa obstinación populista argentina, arruina el impulso democrático de nuestras élites.

En 2015, Cambiemos logró algo impensado hasta ese momento: que la élite llegara al poder a través de las urnas y sin intermediarios. Fue “el país atendido por sus dueños”, como escribió Horacio Verbitsky. Ese éxito fue logrado gracias a una buena campaña en la que el antipopulismo sólo se tradujo en una crítica al kirchnerismo pero dejó abierta la posibilidad de integrar a un “peronismo serio”. Los discursos severos como los de Álvaro Alsogaray, José Alfredo Martínez de Hoz, Domingo Cavallo o incluso Ricardo López Murphy el Breve referidos a presentes calamitosos como paso necesario hacia futuros venturosos fueron reemplazados por globos coloridos y promesas de continuidades y mejoras del modelo kirchnerista. Por otro lado, una feroz campaña mediático-judicial referida al supuesto asesinato del fiscal Alberto Nisman y a la complicidad imaginaria con el narcotráfico del candidato Aníbal Fernández logró demonizar al kirchnerismo y favorecer a su rival.

De aquel optimismo hoy no queda casi nada. El shock de las PASO del 2019 no pudo ser metabolizado ni por Cambiemos ni por nuestros medios serios (dos colectivos que hoy cuesta cada vez más diferenciar) y a partir de ese momento de quiebre, la crítica ya no fue al kirchnerismo -visto hasta ese momento como una “desviación” del peronismo virtuoso- sino al peronismo en su conjunto (los famosos “70 años de peronismo”) e incluso hacia el populismo todo. Este nuevo “chancleteo” luego de las expectativas desmesuradas del 2015 -cuando muchos anunciaban una nueva hegemonía de derecha, cuando la inflación era lo más fácil de resolver y las lluvias de inversiones nos llevarían “de vuelta al mundo”- impulsó la vuelta de otra letanía reaccionaria: el país de mierda. Según este extraño paradigma, así como los problemas del período kirchnerista surgían de sus errores de gestión, los problemas de la gestión de Cambiemos serían la consecuencia de un país fallido e imposible de gobernar. No se equivocó el modelo, falló la realidad

Al final de su reseña, María Esperanza Casullo escribe: “El libro de Ernesto Semán muestra que no puede gobernarse un país que no se comprende; la obra advierte, sin embargo, que ese comprender requiere no sólo rumiar obsesivamente sobre el adversario sino, sobre todo, sobre uno mismo.”

La incomodidad con lo popular parece resurgir en el espacio político que fue exitoso en 2015 y cuyo gobierno fracasó sin que nadie se haga cargo de ese fracaso ni proponga otro horizonte posible más que no ser algo (no ser Venezuela, no ser Nicaragua, no ser Haití o la fantasmagoría que construyan los medios en un momento dado).

Intentar comprender al país en lugar de odiarlo es un primer paso aconsejable antes de pretender volver a gobernarlo.