Hace 7 años que Broda aconseja a sus clientes que pierdan plata, con el sólido argumento del veranito y del dólar a 10. Hace 7 años que Morales Solá describe el fin del kirchnerismo y la llegada triunfal del salvador: el rabino Blumberg, el capitán Tarapow, el vicepresidente a cargo interinamente de la oposición, De Narváez, Macri, la mentalista de Gorlero, Pino Solanas, el novio de Luciana Salazar o cualquier otro funcionario a quién se le pida la renuncia. La efímera vida de cada nuevo mesias, que uno olvida mucho antes de lograr retener su nombre, no disminuye su pasión.
Es que Morales Solá, como Broda, busca modificar la realidad, no interpretarla. Les da igual que sus predicciones tengan la misma confiabilidad que las lluvias de fuego de Carrió o las crisis institucionales que Gil Lapiedra descubre cada semana, ya que su trabajo consiste en correr el dial. Y en mayor o menor medida, lo logran. Broda logra que sus clientes inviertan menos y Morales Solá logra dar la impresión de que realmente existe un candidato opositor instalado, aunque su cara cambie en cada nuevo programa de Grondona.
No es el caso de Ricardo Lopez Murphy, el solemne patán que creyó ser presidente durante toda una tapa de la revista Noticias. Forma parte de esa clase política argentina que descree de su propio poder y que no no sólo no busca modificar la realidad sino que tampoco está interesado en interpretarla. Pero a diferencia de Broda o Morales Solá, no quiere operar. Como San Pablo en el camino de Damasco, ha visto la luz y sabe lo que debe hacer, sin el fastidio de tener que comprobarlo. Ningún buen resultado político obtenido por fuera de su módico recetario puede modificar sus certezas casi soviéticas. Él sabe que lo que el enfermo necesita es quimioterapia. Si lo salvan con aspirina es que el médico es poco serio y si se muere con la quimio es que no se la hizo a tiempo o con la intensidad necesaria.
Lopez Murphy, el peor ministro de Defensa de la democracia, el efímero ministro de Economía que voló por el aire por sus propuestas suicidas que aceleraron la peor crisis de nuestra historia y también el político de raza que logró la proeza de perder las internas de su propio sello de goma, presentó sus condolencias al jefe de gabinete y creyó necesario aclarar que lo hacía ¨sin que esto modifique un ápice mis desacuerdos¨.
Un estadista.