Notas

Macri y el desierto de los tártaros

By 3 noviembre, 2018

Columna publicada en Nuestras Voces.

 

Hace casi 80 años, en 1940, Dino Buzzati escribió “El desierto de los tártaros”. En el prólogo a la edición en español, Jorge Luis Borges opinó: “podemos conocer a los antiguos, podemos conocer a los clásicos, podemos conocer a los escritores del siglo XIX y a los del principio del nuestro, que ya declina. Harto más arduo es conocer a los contemporáneos. Son demasiados y el tiempo no ha revelado aún su antología. Hay, sin embargo, nombres que las generaciones venideras no se resignarán a olvidar. Uno de ellos es, verosímilmente, el de Dino Buzzati.”

La novela relata la vida del capitán Giovanni Drogo, destinado a una fortaleza situada en la frontera con el Reino del Norte, frente al desierto legendariamente ocupado por los tártaros. Rodeado del hastío de un puesto militar olvidado, Drogo dedica su vida a esperar la gloria que le aportará una invasión ilusoria que llegará desde el desierto.

Mauricio Macri es nuestro capitán Drogo. Desde que asumió la presidencia sus funcionarios nos alertan sobre peligros tan inminentes como imaginarios.  Apenas Santiago Maldonado desapareció durante un operativo ilegal de Gendarmería en la comunidad mapuche Pu Lof en Resistencia de Cushamen, descubrimos que la Argentina estaba amenazada por una guerrilla separatista mapuche de la que nada sabíamos hasta entonces. Siguiendo el paradigma conocido como Nado Sincronizado Independiente (NSI), nuestros periodistas serios denunciaron al unísono con al gobierno un peligro que hasta ese momento ignoraban. Hoy ya nada sabemos sobre aquella amenaza pero el ministro Finocchiaro nos alertó sobre otra: una “alianza kirchnerotroskista” (https://www.lanacion.com.ar/2166438-para-finocchiaro-hay-campana-alianza-kirchnerotroskista-detras) que estaría detrás del reclamo de los docentes.

Hace unos meses el ineludible secretario de Seguridad Gerardo Milman nos enseñó a detectar a las maras infiltradas en nuestra sociedad a través e los gestos que los integrantes de esas bandas hacen con sus manos y esta semana su jefa Patricia Bullrich nos alertó sobre la amenaza de “dinamitar el Congreso con todos adentro” que ignotos grupos anarquistas habrían hecho circular por facebook.

La peor acechanza, sin embargo, no la conforma ninguna banda armada sino el peronismo, sobre todo su componente “no racional”, en particular el kirchnerismo. Según una tenaz letanía oficialista esa oposición es violenta, golpista, busca desestabilizar al gobierno, organiza saqueos invisibles e incluso, según denunció la Mentalista Carrió en 2016, tiene el poder de “retocar las facturas y enviarle a una persona de Recoleta una factura de 300 pesos y otra de 40 mil a uno de La Matanza. Y ahí les cierra su relato”.

En realidad, como ocurrió con Alfonsín y De la Rúa, no es el peronismo, ni siquiera su componente “irracional”, el que jaquea al gobierno. Tampoco las organizaciones sociales ni los demonizados sindicatos, que en su mayoría han tenido una actitud contemporizadora con el gobierno teniendo en cuenta la feroz caída del poder adquisitivo de los salarios y el aumento del desempleo. La crisis que el gobierno sólo consigue empeorar fue desatada por sus propios socios. Quienes más se beneficiaron de la fiesta de Cambiemos hoy desconfían que ese gobierno que tanto dicen apoyar se la pueda seguir financiando.

De tanto escrutar hacia el desierto de los tártaros, nuestro capitán Drogo no percibió que el peligro lo tenía en su propia fortaleza. 

Imagen: El presidente observa la llegada del enemigo imaginario (cortesía Fundación LED para el Desarrollo de la Fundación LED)