El domingo pasado se llevó a cabo el primer acto de campaña de la oposición desde la asunción de los Fernández. No de toda la oposición sino de la más radicalizada, la que, liberada de la responsabilidad que genera la gestión territorial, puede dar rienda suelta a sus letanías. Desde las redes sociales ese sector convocó a un cacerolazo para que “los políticos se bajen los sueldos” , convocatoria replicada con pasión por los medios serios. El resultado modesto, un reclamo ruidoso limitado a algunosbarrios de la Ciudad de Buenos Aires, fue saludado por esos mismos medios como una gesta ciudadana. En otro notable ejemplo de Nado Sincronizado Independiente (NSI)- fenómeno que permite que un montón de gente llegue a la misma conclusión pero de forma independiente- Alfredo Leuco, Jonatan Viale y otros colegas, elogiaron la ruidosa iniciativa y opinaron que los políticos debían bajarse los sueldos como gesto virtuoso en medio de la crisis del coronavirus.
La iniciativa, sin embargo, generó ruido dentro de la oposición. La propia Mentalista Carrió criticó el reclamo, argumentando que “son tiempos de prudencia y no hay lugar para oportunistas” y resaltando su apoyo al Jefe de Gobierno porteño Rodríguez Larreta, que lejos de cacerolear, busca mostrarse en la crisis trabajando a la par del gobierno nacional.
La reducción de los sueldos de nuestros gobernantes es una vieja letanía antipolítica que suele tener impacto dentro de un sector de la clase media y alta. Ya en el siglo XIX, nuestros políticos debatieron sobre la necesidad de que las bancas parlamentarias recibieran una compensación monetaria. Para algunos, representar los intereses de la Patria no debía ser una actividad rentada sino un orgullo. Orgullo que sólo podían desarrollar quienes hubieran tomado la precaución de nacer millonarios, claro está.
El reclamo cacerolero no aclara quienes deberían reducir sus sueldos (ministros, diputados, senadores, intendentes, secretarios…) ni en qué medida sería necesario hacerlo. En realidad, eso importa poco, lo que busca es esmerilar la legitimidad de nuestros representantes, transformándolos en personas venales, únicamente interesadas por sus suculentos sueldos. Que un ministro gane 10 veces menos que sus pares del sector privado, que tienen responsabilidades mucho más limitadas, no atenúa el reclamo: es virtuoso que ganen aún menos.
Si el objetivo del reclamo fuera buscar un aporte extraordinario para compensar las pérdidas generadas por la crisis, ¿por qué circunscribirlo al sector público? Sería fiscalmente más equitativo establecer un impuesto extraordinario a los ingresos más altos (salarios, pero también rentas o dividendos) tanto del sector público como del privado. Si algo prueba el blanqueo de más de 100.000 millones de USD evadidos es que los sectores más ricos de la sociedad tienen una notable capacidad contributiva. Sin embargo, sería casi milagroso que Alfredo Leuco o Jonatan Viale apoyen una iniciativa de este tipo ya que transformaría a los accionistas de sus medios o a sus anunciantes en contribuyentes extraordinarios en lugar de hacerlo con los detestados ministros o secretarios del gobierno.
La oposición psiquiátrica detrás de los cacerolazos apoyaría cualquier iniciativa que desgaste a este gobierno en particular y a la política en general. Su antiperonismo tradicional, hoy circunstancialmente antikirchnerismo, está alimentado de antipolítica y lo lleva a defender cualquier idea zombie amplificada por los medios, aún en contra de sus propios intereses. Hace unos años apoyó el ajuste de Cambiemos sobre los salarios de esos médicos y enfermeras que hoy aplaude con emoción e incluso festejó que redujera drásticamente los subsidios a los servicios públicos que lo beneficiaban.
Sería un error que el gobierno sea sensible a los reclamos tóxicos de un sector minoritario de la ciudadanía en lugar de seguir haciendo foco en el bienestar de las mayorías. Por definición, es un sector que le será siempre esquivo mientras que responder a reclamos tóxicos, lejos de atenuarlos, los multiplicaría.
Imagen: Falsos médicos cubanos posan con sus barbijos marxistas (cortesía Fundación LED para el desarrollo de la Fundación LED)