“La mejor y más activa implementación de las normas, junto a la reforma y actualización integral de las que aún están desfasadas para la Argentina de estos tiempos, se imponen como un eje principal de mejoramiento del sistema de administración de justicia.”
Plataforma electoral del Frente de Todos
Luego de convocarla, los medios serios consideraron que la marcha opositora del 17 de agosto fue un éxito. La asistencia masiva a un evento espontáneo forma parte de los asombrosos de época, al menos desde los primeros cacerolazos en contra de CFK allá por el 2012.
Como ya es costumbre, algunos periodistas serios, con cara de tránsito lento, opinaron que el gobierno debe escuchar el reclamo de los manifestantes. Podemos imaginar que lo que esperan en realidad es que, además de escucharlo, el gobierno modifique su rumbo en función de ese reclamo. Pero eso nos lleva a un primer escollo, tal vez insalvable: tratar de identificarlo. Dentro del alegre terraplanismo de clase media y alta que conformó el núcleo duro de la marcha hubo reclamos diversos e incluso contradictorios.
Además de señalar el «peligro comunista» o el «riesgo de transformarnos en Venezuela», los participantes sumaron reclamos novedosos relacionados a la pandemia como la exigencia de iniciar “ensayos clínicos para el dióxido de cloro” o la denuncia contra la esperada vacuna contra el Covid-19, ya que incluiría «un chip de rastreo» y podría “modificarnos el ADN”. Algunos manifestantes exigieron que el gobierno sólo se dedique a la pandemia dejando el resto de los temas de lado, como la reforma judicial, mientras que otros lo criticaron por estar enamorado de la cuarentena y no pensar en esos otros temas. La eterna exigencia de reducir impuestos cohabitó con el reclamo de una mayor ayuda del Estado hacia las empresas en dificultades por la crisis.
Los medios serios prefirieron ocultar la diversidad extravagante de los reclamos y concentrarse en lo esencial. Explicaron que “la sociedad” (así como las clases más acomodadas suelen tener el privilegio de ser consideradas “la sociedad”, sus reclamos se transforman en “sentido común”) exige el freno a la reforma judicial. Ya sea con los médicos cubanos, la excarcelación de presos, la expropiación de Vicentín o la reforma de la Justicia federal, es asombroso como el reclamo de “la sociedad” siempre coincide con los intereses de los accionistas de esos medios.
El ex vicepresidente del Banco Central Lucas Llach escribió en su cuenta de twitter: “No toquen la Justicia sin consenso. Cuenten bien los muertos COVID. No culpen a la sociedad, a los niños, a los runners, al verdulero de la ruta. No somos enemigos, opinamos distinto. No traten a la gente como idiotas.”
Al parecer, incentivar la responsabilidad de los ciudadanos frente a una pandemia equivale a culparlos y enviar un proyecto para ser debatido en el Congreso significa eludir el consenso. A la vez que nos alerta sobre peligros imaginarios, el ex funcionario descree del riesgo de convocar a una marcha en plena pandemia. Un terraplanismo asombroso, aún para el generoso estándar de la actual oposición.
El diputado FerIglesias, experto en globalización, eligió ser más directo. Con franqueza de matón de barrio advirtió al gobierno desde su cuenta de twitter: “¿No quieren marchas? Retiren el proyecto.” Así, un presidente tan populista como autoritario envía al Congreso un proyecto de ley para ser debatido mientras que la oposición respetuosa de las instituciones- que denunciaba hasta hace unas semanas el cierre de ese mismo Congreso- amenaza con marchas en plena pandemia para que sea retirado. Es la famosa república y coso.
El gobierno debe escuchar los reclamos de la marcha opositora, tal como piden nuestros medios serios. Además, no debe hacer absolutamente nada al respecto. Si modificara el rumbo que se comprometió a seguir estaría traicionando el compromiso hacia los ciudadanos que lo votaron para eludir el escarnio que los medios serios le hacen padecer con la convocatoria de cada nueva marcha espontánea.
Al contrario, debe aprender a gobernar con ese ruido de fondo que funciona como una eficaz brújula política: el aumento de su intensidad prueba que estamos en el rumbo correcto.
Publicada en Nuestras Voces