Hace unos días, el oficialismo presentó en la Cámara de Diputados el proyecto de Aporte Solidario Extraordinario, una contribución puntual aplicada sobre los patrimonios más altos. Si bien en épocas de crisis esta herramienta es invocada por un sinnúmero de países, la letanía mediática logra que muchos de los beneficiarios de una decisión fiscal tan justa como acotada sea rechazada en nombre de peligros imaginarios y de beneficios ajenos.
El 1852, unos años antes del inicio de la Guerra Civil, se publicó en Estados Unidos La cabaña del Tío Tom. La novela de Harriet Beecher Stowe, una denuncia contra la esclavitud, describía en el personaje del Tío Tom a un negro bueno que aceptaba mansamente su destino de esclavo. Frente a él estaba el negro de campo que rechazaba su condición e intentaba escapar. Diez años más tarde, cuando conoció a Stowe, Abraham Lincoln le dijo: “¡Así que usted es la pequeña mujer que escribió el libro que inició esta gran guerra!”.
Un siglo después, Malcolm X pronunció un célebre discurso en el que diferenció al “negro de la casa”, como el Tío Tom, del “negro de campo”: “Si la casa del amo se incendiaba, el negro de la casa luchaba con más denuedo que el propio amo por apagar el fuego. Se identificaba con el amo más de lo que el propio amo se identificaba consigo mismo”.
Hace unos años, durante la campaña legislativa del 2017, el candidato a diputado Toty Flores explicó, no sin cierta emoción, que agradecía al presidente Mauricio Macri por “haberle dicho la verdad”. Esa verdad emocionante consistía en el durísimo aumento de los servicios públicos que Macri consideraba ineludible. Flores, un político de origen humilde venido desde los movimientos sociales, agradecía así una iniciativa que perjudicaba a sus representados y favorecía a las empresas de servicios porque sentía que estaba frente a una revelación celestial que excedía su propio análisis. Explicó que, además, Macri había pedido ser evaluado en función de la evolución de la pobreza durante su gobierno, algo que le parecía muy alentador. Sin embargo, el notable aumento de dicha pobreza al final del gobierno de Macri no enfrió el apasionamiento de Flores hacia él.
Como el Tío Tom, el candidato a diputado venido de la clase trabajadora acepta mansamente las decisiones del amo y las consecuencias nefastas hacia los más pobres y de la misma forma que el entrañable personaje de Stowe es adulado por la clase alta que se beneficia con su mansedumbre.
Hace unos días, el oficialismo presentó en la Cámara de Diputados el proyecto de Aporte Solidario Extraordinario, una contribución puntual aplicada sobre los patrimonios de más de 200 millones de pesos que afectará al 0,02% de la población del país y será destinada a atenuar los efectos de la crisis generada por la pandemia de coronavirus. Según informaron sus impulsores, “se espera una recaudación de 300 mil millones de pesos, que el Gobierno tendrá disponible para la compra y producción de insumos médicos para combatir la pandemia, subsidios para las pymes, la urbanización de barrios populares, producir y envasar gas natural a través de YPF y financiar el relanzamiento del plan Progresar para estudiantes.”
Como era de esperar, en un nuevo Nado Sincronizado Independiente (NSI), nuestros medios serios denunciaron lo que consideran ser un nuevo atropello chavista (o el adjetivo que se le ocurra al columnista de turno), una iniciativa nunca vista en el mundo civilizado que desalentará las inversiones, esas que nunca vinieron cuando el gobierno anterior redujo la presión fiscal sobre los más ricos. En realidad, los impuestos extraordinarios sobre los patrimonios más altos son una genuina y muy transitada herramienta fiscal en épocas de crisis. De Gaulle los aplicó en Francia después de la II Guerra Mundial, lo mismo que su sucesor Giscard d’Estaing durante la crisis del petróleo, unas décadas después. La letanía mediática logra sin embargo que muchos de los beneficiarios de una decisión fiscal tan justa como acotada la rechacen en nombre de peligros imaginarios y de beneficios ajenos, sintiendo que de esa forma se despegan de los “planeros”, los negros de la plantación, y se codean con los poderosos dueños de la mansión.
Padecen de Tiotomismo, un mal que impulsa a los que menos tienen a aceptar con entusiasmo esas reglas que los mantienen en la parte baja de la pirámide social, como si fueran leyes de la naturaleza y no decisiones de quienes ocupan el vértice de esa misma pirámide.
Publicada en Nuestras Voces