Columna publicada en Nuestras Voces
En 1913, Leopoldo Lugones dio unas conferencias sobre el Martín Fierro en el teatro Odeón. Fue tal el éxito que en 1916 las editó bajo el título de El payador. La publicación era otro intento por encontrar –o más bien inventar- una identidad nacional a partir de la figura viril del gaucho, transformado en nuestro Eneas mientras el Martín Fierro sería nuestra Eneida.
Unos años más tarde, Jorge Luis Borges se burlaría de la elección del Martín Fierro como nuestro libro canónico: “Quizá no hay libros inmorales, pero hay lecturas que lo son, claramente. El Martín Fierro (…) fue escrito para demostrar que el ejército convierte en vagabundos y en forajidos a los hombres de campo; es leído inmoralmente por quienes buscan los placeres de la ruindad (consejos de Vizcacha), de la crueldad (pelea con el moreno), del sentimentalismo de los canallas y de la bravata orillera (passim).”
En un párrafo del libro, Lugones describe con lenguaje florido un episodio de ese paraíso perdido que al parecer nos define como argentinos: “Un gallo aplaudía desde la ramada la cercana aurora. Dos o tres peones ensillaban caballos. Cerca del suyo, enjaezado ya, el patrón tomaba un mate que acababa de traerle, sumisa, la hija del capataz con la cual había dormido.”
Hace unos días, Daniel Pelegrina, presidente de la Sociedad Rural Argentina (SRA), manifestó su oposición al proyecto de Interrupción Voluntaria del Embarazo (IVE) que se iba tratar en el Senado. En su cuenta de twitter escribió: “Los hombres y las mujeres de campo convivimos en forma cotidiana con las leyes de la naturaleza. Conocemos bien sus ciclos. No existe en la naturaleza la interrupción «voluntaria» de la vida desde su origen mismo, el momento de la concepción.” (https://twitter.com/rinconet/status/1343910089300865026?s=20)
No deja de asombrarnos que el titular de la SRA, que representa a las mayores empresas agroindustriales del país, considere que debemos rechazar aquello que no existe en la naturaleza. Es aún más asombroso teniendo en cuenta que uno de los objetivos del organismo, según su página web (http://www.sra.org.ar/nosotros/), es: “Cooperar con el perfeccionamiento de las técnicas, los métodos y los procedimientos aplicables a las tareas rurales y al desarrollo y adelanto de la agroindustria.”
¿Daniel Pelegrina se opondría al alambrado, los tractores, los tambos, las semillas transgénicas, las imágenes satelitales, la robótica, el arado, los agroquímicos o los antibióticos por “no existir en la naturaleza”? ¿Rechazaría, de necesitarlo, un stent, una prótesis o un marcapasos argumentando alguna simpática letanía naturalista?
En realidad, para Pelegrina las únicas que deben respetar lo que él considera “natural” son las mujeres gestantes, como las vaquillonas aceptan el entore. Es una idea terraplanista que en unos años generará vergüenza ajena incluso entre quienes hoy no perciben su toxicidad. Es la misma vergüenza que nos generan los argumentos esgrimidos en su momento en contra del sufragio femenino, el divorcio vincular o el matrimonio igualitario o la misma repulsión que sentimos al leer el párrafo de Lugones sobre la hija del capataz obligada a pasar la noche con el patrón.
Al igual que ocurrió con esas iniciativas que hoy nadie pide anular, ni siquiera quienes las combatieron, nadie exigirá la anulación de la Interrupción Voluntaria del Embarazo que ya es ley.
Es sólo cuestión de tiempo.