Columna publicada en Nuestras Voces
El noticiero es de esos que solían proyectarse en las salas de cine de aquellos años. Fue realizado poco tiempo después del golpe de Estado contra Juan Domingo Perón en 1955 y la placa inicial tiene la cortesía de explicitar de qué lado del bombardeo a la Plaza de Mayo se encuentran sus realizadores: “El fabuloso rey Creso”, en referencia al último rey de Lidia, considerado uno de los hombres más ricos de su tiempo.
El noticiero relata una visita pública al Palacio Unzué, residencia presidencial utilizada por Perón y Eva desde 1946 hasta el golpe, que se transformó en un lugar de peregrinación luego de la muerte de Eva en 1952 (fue en uno de sus muros que alguien escribió “viva el cáncer”). Construida a fines del siglo XIX con un estilo que “conjugaba el neorrenacimiento italiano con el eclecticismo victoriano y la opulencia heredada del Segundo Imperio francés” y un gran jardín probablemente diseñado por el paisajista Carlos Thays, fue una de las residencias más lujosas de la ciudad. En 1937 se declaró al inmueble y al resto de la manzana de utilidad pública y se resolvió su expropiación con el objeto de utilizarla como residencia presidencial.
La engolada voz en off acompaña con exclamaciones indignadas las imágenes del público que visita el lugar haciendo hincapié en el valor económico de los vehículos, joyas, indumentaria femenina y objetos de arte, un catálogo en realidad acorde con su condición de residencia presidencial en la que se recibían a delegaciones extranjeras y se realizaban reuniones políticas de todo tipo. “El espíritu popular frente a estas fabulosas riquezas no puede menos que quedar entristecido porque no pertenecen al fabuloso tesoro del rey Creso, sino desdichadamente a un político argentino que quiso convencernos de su pobreza y de las muy humildes ambiciones de su vida” concluye el locutor para subrayar, si aún hiciera falta, el carácter inmoral de lo que acabamos de ver.
En 1956 un decreto firmado del general golpista Eugenio Aramburu ordenó la demolición del Palacio, fundamentada en “que los gastos de funcionamiento y refacciones a efectuarse por razones de imperiosa necesidad en el citado inmueble superan la cifra de un millón setecientos mil pesos moneda nacional, inversión que no guardaría proporción con el valor intrínseco del edificio”. Otro noticiero cinematográfico de aquella época tuvo la honestidad que le faltó a Aramburu al explicar que “entre las paredes de esta mansión (…) se han escrito desde hace años muchas páginas de la historia política de nuestro país, especialmente en los últimos de triste recordación. Ahora la piqueta renovadora que esta vez adquiere importancia de símbolo, demostrando que todo puede caer, han de transformar el aspecto de este solar.” “Todo puede caer”, una advertencia cristalina hacia los gobiernos populares.
Las críticas al peronismo suelen reemplazar el análisis político por este tipo de moralismo selectivo que permite que un supuesto periodista se indigne ante un vestido de gala de Eva Perón o, como ocurre en nuestra época, ante una cartera de CFK que alguien considera cara. Ningún noticiero de aquel entonces analizaba las grandes iniciativas de los gobiernos peronistas –las vacaciones pagas, el aguinaldo, el fuero laboral, el sufragio femenino, los planes de vivienda, la gratuidad de la universidad pública, el estatuto del peón– ni siquiera para criticarlas.
Más de sesenta años después de la indignación cinematográfica de un locutor engolado ante los vehículos oficiales y los vestidos de fiesta de una residencia oficial, los televidentes pudimos admirar a un fiscal de la Nación mientras excavaba la Patagonia en prime time en busca de un PBI enterrado y hoy nos anoticiamos cada día a través de la mayoría de los medios que CFK es perversa, psicótica, ladrona e incluso que asesinó al fiscal Nisman con la ayuda de “un comando venezolano-iraní (con adiestramiento cubano)”.
Del mismo modo que ocurrió con el primer peronismo, las iniciativas políticas de los gobiernos kirchneristas –como el aumento del poder adquisitivo de sueldos y jubilaciones, el desendeudamiento, la integración al sistema previsional de millones de jubilados “sin aportes”, la AUH, el matrimonio igualitario o el Plan Energético Nacional– tampoco son mencionadas por sus detractores, ni siquiera para denunciarlas.
Ocurre que cuando se trata del peronismo, la indignación moral del fabuloso rey Creso reemplaza una y otra vez al análisis político.