Columna publicada en Nuestra Voces
Una conocida letanía que a fuerza de ser repetida durante años logró transformarse en sentido común lamenta la naturaleza confrontativa del kirchnerismo y su supuesta alergia al diálogo. La crítica a las formas, el chikoffismo político por llamarlo de alguna manera, deja de lado lo esencial en política: las iniciativas de gobierno y sus consecuencias en el bienestar de las mayorías. No recordamos si el sistema de las AFJP, por ejemplo, fue implementado durante el menemismo con modos educados o a los gritos, pero lo que sí podemos determinar es que desfinanció al Estado y colaboró en su colapso. Sin la eliminación de esa estafa legal y la vuelta al sistema de reparto decidido por el gobierno de CFK a partir de una idea del entonces titular de la ANSES Amado Boudou, y pese al rechazo de los bancos, nunca se podrían haber aumentado las jubilaciones ni tampoco implementado la AUH (Asignación universal por hijo).
Según la doctrina del chikoffismo, el candidato Raúl Alfonsín habría incurrido en el pecado de confrontar al anunciar en 1983 que si llegaba a la presidencia anularía la autoamnistía que la dictadura militar, ya en plena debacle, había establecido para escapar a la justicia. Confrontativa fue también la decisión de juzgar a las juntas militares, aunque hoy prefiramos recordar a Alfonsín como un mandatario mesurado y dialoguista.
En realidad, ninguna de las grandes decisiones políticas que hoy celebramos como virtuosas fue implementada tomando el té en Las Violetas.
Hoy, la hegemonía del aguinaldo es tal que nadie se atrevería a proponer su eliminación, ni siquiera los economistas serios que recomiendan reducciones salariales como paso necesario hacia el bienestar de los asalariados. Sin embargo, al instaurarlo por decreto en el año 1945, Juan Domingo Perón desató la furia de toda la oposición, desde los conservadores hasta la UCR, el Partido Socialista e incluso el Partido Comunista que explicó que el aguinaldo “perjudicará a los pequeños patronos”.
Perón reincidiría poco tiempo después con las vacaciones pagas. En ambos casos, las indignadas asociaciones patronales y los economistas serios denostaron la peligrosa obligación de pagar a un empleado por no hacer nada y auguraron quiebras masivas tan inminentes como imaginarias.
Tampoco ocurrieron las calamidades anunciadas por quienes se opusieron al divorcio vincular en 1987 o al matrimonio igualitario votado en 2010. La legalización de la interrupción voluntaria del embarazo (IVE) votada el año pasado generó una feroz confrontación transversal dentro de los propios espacios políticos que parecía irremontable. Hoy nadie exige revocar ese nuevo derecho.
La confrontación no es una forma de gobierno sino el resultado de iniciativas de gobierno. El sueño de un gobierno sin conflictos no sólo es ilusorio sino también peligroso. Si Perón, Alfonsín, CFK o Alberto Fernández hubieran sido sensibles al ruido de una minoría intensa, hoy el conjunto de la ciudadanía no se beneficiaría con las vacaciones pagas, el aguinaldo, el divorcio vincular, el matrimonio igualitario o la IVE.
Desde hace unos años, una parte significativa de la Justicia federal, desde Comodoro Py a la Corte Suprema, actúa como un partido político. Ese partido judicial llevó adelante en acuerdo con el entonces gobierno de Cambiemos una persecución tenaz contra el kirchnerismo cuya amplitud descubrimos cada día a través de nuevas revelaciones sobre la famosa mesa judicial. Hoy, junto a los medios, representa la oposición más frontal al gobierno del Frente de Todos. En estos últimos días, la Justicia le impidió al gobierno nacional regular las tarifas de celulares y acceso a internet en plena pandemia y ahora le impide establecer normas sanitarias en un tema interjurisdiccional de clara competencia federal. Lo que sí le deja es la responsabilidad de las consecuencias nefastas de esas decisiones.
Como escribió CFK en su cuenta de twitter: “Sinceramente, está muy claro que los golpes contra las instituciones democráticas elegidas por el voto popular, ya no son como antaño.”
El partido judicial ha tenido la amabilidad de ser claro en sus jugadas, el gobierno debería dejar de lado las interpretaciones leguleyas o el temor al ruido y volver a tomar la iniciativa política apartándose de la derrota virtuosa, como la que esgrimió en su ocaso el gobierno de Alfonsín.
La derrota virtuosa es una tentación que puede servir de consuelo a los gobernantes pero deja a la intemperie a los ciudadanos.