Columna publicada en Nuestras Voces
Cuando tenía nueve o diez años acompañé a mis padres al teatro a ver la obra de un amigo de la familia. El último acto ocurría en una gran biblioteca, cuyas paredes estaban cubiertas de gruesos estantes de madera rebosantes de libros. Desde la platea observé atentamente los lomos de los diferentes ejemplares, que imaginaba incunables con letras de oro. Quedé fascinado por ese espacio y durante toda la obra me pregunté cómo harían para cargar esa enorme cantidad de ejemplares entre los diferentes actos y como habría sido el proceso de selección.
Al terminar la obra fuimos a saludar a los actores y aproveché para subir al escenario a descubrir la biblioteca que tanta expectativa me había generado. Con el primer vistazo entendí que había sido víctima de la escenografía y el talento de los utileros. Lo que a unos metros parecían estantes de roble con encuadernaciones de cuero, eran en realidad grandes bastidores de madera con tela pintada. Lo que más me asombró es que ni siquiera era un trabajo muy detallado: de cerca se notaban los trazos de brocha gruesa que conformaban lomos y letras. No hacía falta más, el decorado lograba con creces el efecto buscado. Corrí el telón, bajé a la platea y miré otra vez los bastidores que por arte de magia se convirtieron nuevamente en biblioteca.
Hace unos días, Jorge Fernández Díaz y Nicolás Wiñazki fueron invitados por Juana Viale a su mesa, un programa que consiste en hablar y comer al mismo tiempo. Ambos periodistas hicieron lo que se esperaba de ellos, enunciar las calamidades habituales y prever apocalipsis inminentes aunque siempre esquivos. Así como durante meses criticaron al gobierno de Alberto Fernández por una vacuna que consideraban poco confiable, e incluso peligrosa para la salud, ahora lo denunciaban por no contar con más dosis de ese «veneno».
Fernández Díaz sostuvo que “deberían haber empezado a vacunar hace ocho meses”, lo que hubiera sido una proeza teniendo en cuenta que en octubre del 2020 ninguna de las vacunas contra el Covid había terminado los ensayos de la fase 3, necesarios antes de su distribución en la población. Ni siquiera la del laboratorio Pfizer, que parece tener la preferencia de los medios argentinos, como lo confirmó el propio Wiñazki al señalar en tono de reproche: “en toda América Latina hay dos países que no tienen vacunas de Pfizer, Venezuela y la Argentina”.
“Las vacunas se las dieron a los amigos, o se las dieron por cuestiones ideológicas; se le dio a China y a Putin todo, y Putin no pudo”, explicó por su lado Fernández Díaz, refiriéndose a la adquisición por parte de la Argentina de las vacunas Sinopharm y Sputnik V, olvidando los incumplimientos en todo el mundo del laboratorio norteamericano Pfizer y del laboratorio inglés AstraZeneca.
La obra siguió el guión al pie de la letra hasta que la conductora le preguntó a Wiñazki si se había vacunado. El periodista que hasta hace un instante acordaba con su colega que no hay vacunas en la Argentina y que el gobierno sólo las entrega a sus amigos, contó aliviado como fue vacunado en la provincia de Buenos Aires antes de lo esperado y relató el trato amable que recibió por parte del personal de Salud, que al reconocerlo le pidió que le mandara saludos por la televisión. Por un instante dejó de lado la letanía habitual de los medios para mantener con Juana Viale la misma charla que tenemos con los amigos y conocidos que fueron a vacunarse.
Como aquella noche en el teatro, hace casi 50 años, volví a sentir que estaba detrás del telón descubriendo el artificio. A través de un simple comentario, la realidad desbarató la escenografía del relato tantas veces repetido sobre Venezuela, las acechanzas del populismo, las intenciones satánicas del gobierno o la alianza mefistofélica con Putin.