El jueves 13 de abril volvimos a marchar, esta vez a la Corte Suprema. Como la convocatoria prescindió de bolsas mortuorias, de guillotinas y horcas- así como de consignas de muerte hacia políticos opositores o sus familiares- algunos medios serios y algunos opositores de Juntos por el Cambio, dos colectivos que cada día cuesta más diferenciar, la calificaron de “violenta” e incluso “amenazante”. En realidad, lo único amenazante fueron los redoblantes, los petardos, el humo o el exceso calórico y desprovisto de control bromatológico de las parrillas rebosantes de chorizos.
En su discurso frente a los cortesanos, el gobernador Axel Kicillof recordó a Hipólito Yrigoyen, primer proscripto de nuestra entonces naciente democracia de masas. Él también, según los diarios de la época, era chorro, autoritario y desquiciado, y arriaba gente como ganado usando prebendas y clientelismo. Según sus opositores, Yrigoyen olía a catinga, a negro, un epíteto que podríamos escuchar en la Nación + en referencia a la marcha del jueves.
Además de reclamar por una justicia democrática, una exigencia sin duda desmesurada, la marcha conmemoró el 13 de abril del 2016, cuando CFK fue a Comodoro Py respondiendo a un llamado a indagatoria del recordado juez Bonadio. Lo que había sido planeado como el epílogo de su carrera política fue transformado en un acto de lanzamiento, en el que prefiguró lo que dos años más tarde sería Unidad Ciudadana y, en el 2019, el Frente de Todos. Mientras el peronismo serio acompañaba a Macri a Davos y a Cambiemos en las votaciones del Congreso, relanzando un nuevo y catastrófico ciclo de deuda, CFK describió otro horizonte posible. Desde el llano propuso modificar la realidad, no solo administrarla.
Debatir sobre la justicia que queremos no es discutir sobre el sexo de los ángeles sino sobre derechos concretos, sobre salud, bienestar, ingresos. Cuando gobierna la Corte Suprema, como sostiene Maximiliano Rusconi, es difícil que gobierne el pueblo.
“Argentina puede salir adelante si los ciudadanos soportan el dolor a corto plazo” afirmó Wendy Sherman, vicesecretaria de Estado de los Estados Unidos, durante una agradable conferencia en la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Buenos Aires (UBA). Por supuesto, cuando Wendy se refiere a “los ciudadanos” no incluye a todos, sólo a la mayoría. El 1% más rico- que no sólo no padeció la reducción de ingresos que sufren los asalariados, sino que aumentó su patrimonio- estará previsiblemente otra vez exento de dolor.
“Hay que dinamitar casi todo” afirmó por su lado Mauricio Macri en un almuerzo con empresarios en la Rural. Imaginamos que el adverbio “casi” también excluye a ese 1% más rico que será salvado de la dinamita redentora (de hecho, ninguno de los empresarios presentes temió que sus empresas, sus bienes o sus propiedades terminen volando por el aire). La frase genera escalofríos y remite a otra, del cortesano Carlos Rosenkrantz, quien afirmó: “No puede haber un derecho detrás de cada necesidad”. El diagnóstico es claro: padecemos un exceso de derechos y nuestro establishment tiene la cortesía de anunciarnos que ya dispone del remedio.
Tal vez inspirado por tantos anuncios de dolor y dinamita, Ricardo López Murphy el Breve explicó que si Juntos por el Cambio llegara a ganar las elecciones presidenciales, “sólo sufrirían quienes reciben subsidios”. Es una gran noticia, eso significa que también en este caso no todos sufrirían, sólo las mayorías. Es decir, los empleados, los jubilados, los trabajadores precarizados que en medio de esta realidad hostil al menos pagan tarifas subsidiadas de transporte, luz, agua y gas. Al parecer, pagar el doble, el triple o mil veces más la boleta de luz los haría menos pobres o incluso más ricos.
La creencia en un sufrimiento redentor es una obsesión conservadora, ya aplicada durante los ’90, años severos en los que nos prometían cirugías mayores sin anestesia, siempre sobre miembros ajenos. Son los famosos presentes calamitosos que nuestra derecha nos propone como requisito necesario hacia futuros tan lejanos como venturosos aunque debemos reconocer que al menos en parte siempre cumple: los presentes calamitosos siempre llegan.
Sólo falta la “purificación en el Jordán de la sangre”, invocada pocos meses antes del golpe de marzo de 1976 por el entonces vicario castrense Victorio Bonamín.
El peronismo, más rudimentario y menos preparado que nuestra derecha, prolífica en economistas serios, sostiene algo mucho más elemental: para mejorar nuestro futuro, el primer paso es mejorar nuestro presente.
Es una idea simple, que funcionó muy bien durante el primer peronismo y los doce años kirchneristas, y que deberíamos volver a implementar.
Imagen: El Departamento de Estado envía ayuda a la Argentina (cortesía Fundación LED para el Desarrollo de la Fundación LED)
Como siempre , disfruto leyendo tus reflexiones . Todavia no veo la luz al final del tunel y sigo esperando el siguiente semestre de mejora , que me aseguro la depositaria de La Reserva Moral Argentina . Si lo ves a Alberto , decile que no se puede ir a cazar a un Diente de Sable con una Gomera .
Excelente!!