En su ineludible compromiso con la educación ciudadana, la Mesa de Autoayuda K se propone analizar algunas de las nimiedades con las que la oposición nos entretiene mientras el oficialismo gobierna.
No podemos más que empezar esta serie con el Moncloa Argentino, la gran obsesión del dúo cómico Terragno-Duhalde.
Según esta modesta doctrina, bastaría con que nos pusiéramos de acuerdo entre nosotros como lo hicieron los españoles en 1977 para que nos transformemos en Irlanda…no, perdón, en Irlanda no. Digamos que bastaría ponernos de acuerdo en esas 3 o 4 cosas en las que estamos todos de acuerdo para ser un país serio.
Lo más llamativo es que nos tengamos que poner de acuerdo en algo en lo que justamente estamos de acuerdo. Pero más allá de esa curiosidad, es interesante tratar de entender que fueron esos famosos Pactos de la Moncloa.
Según uno de sus firmantes, el conocido lobbista de Telefónica Felipe González, lo fundamental del acuerdo, lo realmente relevante, fue fijar un tope al aumento salarial, ya que la inflación era la principal preocupación del gobierno y la híper el principal terror.
Lo que el conocido lobbista y nuestro dúo cómico local no mencionan es la ley de amnistía, antecedente fundamental de los pactos y muro impenetrable aún para el obstinado juez Garzón, que pudo juzgar a Scilingo pero se tuvo que exiliar al intentar simplemente saber qué pasó durante la guerra civil española, 70 años después de terminada.
El Moncloa original fue, en apretadísima síntesis, un acuerdo salarial entre empleados y empleadores con el patrocinio del Estado y los partidos políticos, así como el resultado de no revisar el pasado.
Nuestro Moncloa, que ya ocurrió, no incluyo la politica de Estado del olvido, gracias entro otros factores a un presidente radical que no respetó el orden jurídico y se llevó puesta la amnistía legislada, con poder de ley, durante el proceso militar (algo insólito para los liliputienses estándares radicales actuales). Nuestro Moncloa estableció de manera clara la investigación del terrorismo de Estado, el fin del Partido Militar y del pretorianismo y la plena vigencia de la constitución y de las leyes.
¿Qué más se necesita acordar?
El resto lo establecen los representantes que votamos cada dos años. Soñar con acuerdos sectoriales o entre partidos que pudieran tener mayor fuerza que la del voto popular no solo es ilusorio sino que es francamente peligroso.
Las politicas de Estado se reconocen como tal a posteriori. Cuando pasan los años y la voluntad de la ciudadanía se mantiene invariable, lo que permite concluir que esa politica fue una politica de Estado.
Todos los gobiernos desean imponer al futuro politicas de Estado. Lo deseó Bignone con su amnistía, lo soñó Alfonsín con el Punto Final y la Obediencia Debida, lo creyeron los bancos y privatizadas con la Convertibilidad de Menem y sus AFJP.
Por suerte, la democracia argentina prioriza más la opinión del momento de sus representados que el sueño duhaldista de mantener en vigencia leyes que dejaron de ser consideras beneficiosas por quienes tienen que someterse a ellas.
Acordar reglas por sobre la Constitución o las leyes así como defender nimiedades que nadie ataca, son obsesiones de enanos políticos destinados a ser oposición.
No someter la vigencia de las leyes a la opinión pública de cada momento, es semejante a sostener presidencias por 40 años con el noble objetivo de generar continuidad en el ejecutivo, lo que sin duda ayudaría a mantener politicas de Estado, agregaría estabilidad y previsibilidad a la Argentina, al mismo tiempo que perdería representatividad, un detalle que a Duhalde y sus amigos no parece importarles.
Detrás del moncloísmo se esconde el voto calificado, ese sueño de fijar reglas inamovibles que no puedan ser modificadas por los siniestros gobiernos populistas y sus masas embrutecidas, así como el
irrefrenable deseo de mostrar a la Argentina como destinada al atraso, incapaz de realizar nada allí donde todos los demás son capaces de realizar todo.
No sólo la Argentina es capaz de hacer un Moncloa, como lo demostró, sino que además es capaz de no hacerlo, como también lo demostró. Hizo un acuerdo politico de respeto democrático, que se cumplió incluso durante su peor crisis (2001/2002) y no se tentó en condimentarlo con una amnistía a los criminales y sus apoyos financieros, como tampoco en incluir un freno al reclamo salarial.
Cuando lo hicimos, lo hicimos por decreto, no como acuerdo nacional.
[…] El Grupo A sostiene por el contrario que el Acuerdo Programático es el requisito ineludible del buen gobierno y que bastaría con que nos pongamos de acuerdo en 3 o 4 cosas para que de acá al viernes nos transformemos en Finlandia. El Acuerdo Programático es el resumen Lerú del Moncloa Argentino. […]
Si, probablemente lo sea
Reunirse todos para congelar salarios, es ineficiente. Basta un decreto, un anuncio de lopez murphi o de cavallo, y chau.
Para titeres mejor chirolita, que no come ni toma ni fuma.