El gran legado de Alfonsín fue sin duda el juicio a las juntas. Sin su obstinación aún aquellos que queríamos que se investigara el terrorismo de Estado nos hubiéramos conformado con mucho menos.
La Teoría de los Dos Demonios fue el precio que Alfonsín estuvo dispuesto a pagar para lograrlo. Es doblemente falsa, ya que deja a los militares como únicos responsables de los crímenes y asimila el terrorismo de Estado al accionar de grupos armados. Pero como decisión política tuvo la enorme ventaja de transformar al resto de los actores, empresarios, periodistas, industriales, banqueros, en víctimas pasivas de una violencia ajena, como llegada de otro planeta, lo que permitió su apoyo o al menos su neutralidad.
Treinta años más tarde, el humorista franco-argentino Solanas y sus seguidores han decidido desempolvarla intentando, como Alfonsín, no enemistarse con los peces gordos. Como señala Humberto Tumini, uno de los capocómicos del movimiento: “No quedar atrapados entre las consecuencias políticas de la disputa entre Clarín y el Gobierno, ni tomar postura por ninguno de ellos”.
El drama actual sería entonces el enfrentamiento entre ¨el gobierno y Clarín¨ (no entre el Estado y un grupo económico con posición dominante por la aplicación de una ley votada en el congreso), visión generosa que rescataría del horror a todas las almas de buena voluntad que quieran sumarse a un verdadero proyecto político de centroizquierda, en contra de la minería a cielo abierto y de la extinción del mapache plateado.
La equidistancia de Proyecto Sur, además de extraña, es algo forzada ya que mientras que Solanas no deja de escandalizarse por el accionar del gobierno, incluyendo el maquiavélico apoyo que el oficialismo le dió a su propio proyecto de ley, su discurso sobre Clarín es mucho más amable, casi funcional. Como explicó el incansable defensor de las causas lejanas, ¨Atacar a los diarios que no controla el gobierno me parece un acto de suicidio político.¨
Es clara la ventaja que la estrategia alfonsinista obtuvo de los Dos Demonios. Es un poco menos claro lo que pueda ganar Proyecto Sur con su remake, a menos que Solanas sueñe con ser el nuevo Zamora, el irreductible defensor de los DDHH que se abstuvo de votar la derogación de la obediencia debida y punto final por no querer salir en la foto junto a personajes químicamente impuros y que luego optó por las ventajas definitivas de la irrelevancia.