Columna publicada en Nuestras Voces
Hace unos días, Soledad Acuña, ministra de Educación de la Ciudad de Buenos Aires acusó a los docentes de “adoctrinar a los alumnos” y “militar en lugar de hacer docencia”. Lo que no explicó es en qué consistiría una educación desprovista de ideología.
Una de las letanías más tenaces de nuestro establishment nos advierte sobre los peligros de la ideología, en particular en el ámbito sagrado de la educación. Al parecer, el sistema educativo no sería una construcción ideológica sino más bien un fenómeno meteorológico, para retomar una gran imagen del periodista Ari Lijalad. En el reino de Narnia que suele describir ese mismo establishment, una nación no se construye sino que es un dato de la naturaleza, como un átomo de hidrógeno o la galaxia Alfa Centauri. Sólo se trata de constatar su existencia y contar con los instrumentos adecuados para describirla. No hay intencionalidad política alguna ni sesgo ideológico que pueda perturbar ese análisis siempre objetivo.
Lo extraño es que los referentes históricos de nuestras élites que se autoperciben desideologizadas contradicen ese discurso de entomólogo apolítico. En una carta que le envía a Juan Carlos Gómez hacia 1869, Bartolomé Mitre escribe: “Voy a hacerme impresor y me falta el tiempo material para hacer muchas cosas a la vez. Hijo del trabajo, cuelgo por ahora mi espada, que no necesita mi patria, y empuño el componedor de Franklin. Invito a usted a venir a visitarme a la imprenta, comprada no con mis capitales, sino por una sociedad anónima, de la que seré siempre accionista y gerente.” Al año siguiente nacía el diario La Nación, “la tribuna de doctrina”, según su fundador. No se trataba de describir la realidad sino de incidir en ella como político y accionista.
Por su lado, en Campaña en el Ejercito Grande (1852), Domingo Faustino Sarmiento escribió: “Soldado, con la pluma o la espada, combato para poder escribir, que escribir es pensar; escribo como medio y arma de combate, que combatir es realizar el pensamiento.” El soldado de la pluma solía justificar las imprecisiones y errores de otro libro célebre, el Facundo (1845), por la distancia del exilio y la premura en publicar ese “atropello de ideas” en contra de Juan Manuel de Rosas (“obra llena por necesidad de inexactitudes, a designio a veces, no tiene otra importancia que la de ser uno de los medios tocados para ayudar a destruir un gobierno absurdo”). No se trataba tampoco en este caso de una descripción de entomólogo sino de un manifiesto, un proyecto de país.
Hace unos días, Soledad Acuña, ministra de Educación de la Ciudad de Buenos Aires y “madre de varones” según su cuenta de Twitter, acusó a los docentes de “adoctrinar a los alumnos” y “militar en lugar de hacer docencia”. Como una réplica de las propagandas de la última dictadura que alertaban a la ciudadanía sobre los peligros de la subversión apátrida (“¿Usted sabe dónde están sus hijos ahora?”), la funcionaria llamó a los padres a denunciar a los docentes que “bajan línea”, ya que “si nosotros no tenemos denuncias concretas de las familias es muy difícil que podamos intervenir.”
Por si quedara alguna duda sobre el peligro de los educadores, Acuña explicó que quienes eligen ser docentes son “cada vez más grandes de edad, que eligen la carrera docente como tercera o cuarta opción luego de haber fracasado en otras carreras”, además de provenir de niveles socioeconómicos bajos que “en términos de capital cultural” tienen menos para ofrecer en el aula. Es decir que además de querer llenar las tiernas cabezas de nuestros hijos con ideas contrarias a nuestro estilo de vida occidental y cristiano, los maestros son ignorantes. El ideólogo ignorante es un paradigma novedoso que se estudia en la Anthony Hopkins University.
La madre de varones no explicó en qué consistiría una educación desprovista de ideología. ¿Promovería la lectura del Facundo, ese maravilloso panfleto escrito en contra del “caníbal de Buenos Aires” y “execrable Nerón”, según las propias palabras de Sarmiento? ¿Aceptaría incluir en la currícula textos de La Nación, un diario fundado de forma explícita para operar políticamente?
Por otro lado, al constatar que los docentes del distrito más rico del país son pobres, la ministra a cargo del área no reaccionó comprometiéndose a mejorar sus ingresos sino que advirtió que esa condición es nefasta para los alumnos, como si la pobreza fuera un enfermedad contagiosa.
En Educación Popular, publicado en 1849, Sarmiento escribió: “En las ciudades, la enseñanza y el sostén de la enseñanza no deben ser pospuestos a ningún otra necesidad municipal, debiendo por el contrario ser contados entre los objetos a que debe proveerse en primer lugar.”
Además de citarlo, la ministra Acuña debería intentar leer a Sarmiento, aunque tal vez esa sea una exigencia desmesurada para la madre de varones.