Columna publicada en Nuestras Voces
El año próximo se cumplirán 60 años del estreno de Un tiro en la noche (The Man Who Shot Liberty Valance), un western crepuscular del gran John Ford. La película trata sobre la dicotomía entre civilización y barbarie o, más bien, sobre cómo la civilización puede enfrentar a la barbarie en su propio terreno. Es, en ese sentido, un dilema sarmientino y no dudo de que Domingo Faustino Sarmiento –»Don Yo» o «El Loco», como era llamado por sus contemporáneos– hubiera acordado con Ford sobre la manera de resolverlo.
El civilizado es un abogado interpretado por James Stewart que llega a un pueblo del Oeste norteamericano con las ideas de progreso que en la misma época defendía Sarmiento de este lado del Río Grande. El bárbaro es Liberty Valance, interpretado por Lee Marvin, un forajido que domina esa pequeña sociedad a través de un sistema ordenado por la violencia. Entre ellos hay un personaje esencial interpretado por John Wayne. Es un bárbaro que reconoce el liderazgo de Valance pero como un par, no como un vasallo. Por su lado, Wayne es tal vez el único hombre que Valance respeta y, en el fondo, teme.
La llegada de Stewart y la manifestación de sus ideas de cambio pone en tensión el liderazgo “bárbaro” de Valance. La única certeza para ambos protagonistas es que no existe una posibilidad de acuerdo, no hay una mesa en la que se puedan sentar a dialogar y encontrar consensos. El éxito de un modelo depende del fracaso del otro. El inevitable duelo entre el civilizado y el bárbaro se resuelve, sorpresivamente, a favor del primero. El abogado se transforma en “el hombre que mató a Liberty Valance” y su hazaña abre las puertas a la civilización: en pocos años, el pueblo se transforma en una ciudad próspera y él es elegido senador.
Al final de la película, el senador ya anciano confiesa lo que todos intuimos: el tiro nocturno que mató a Valance no fue de él, sino del bárbaro interpretado por Wayne.
Como espectadores tendemos a aceptar ese crimen ya que consideramos que está justificado por la relación de fuerzas entre el “bárbaro” y el “civilizado” pero sobre todo por lo que vino después: el desarrollo y la prosperidad del pueblo. En este caso, nos parece, como a Ford y como sospechamos que le parecería a Sarmiento, que el fin sí justificó los medios. Si por el contrario, Stewart hubiera aniquilado al pueblo entero en nombre de la civilización o si el desarrollo invocado nunca hubiera llegado luego de la eliminación de Valance es probable que nuestra reacción no sería la misma. Consideraríamos al abogado como un tirano o un forajido y no detectaríamos dilema alguno en la historia.
Desde hace varios meses, algunos medios comenzaron a publicar hechos que confirman lo que muchos sabíamos: la persecución política llevada a cabo por el gobierno de Cambiemos contra el kirchnerismo –principalmente contra la ex presidenta CFK– que algunos denominan lawfare. Las relaciones promiscuas entre medios afines, jueces y fiscales y el ex presidente Mauricio Macri, como lo demuestra el caso de los jueces Mariano Borinsky y Gustavo Hornos, la mesa judicial de Cambiemos, las causas relanzadas durante años por esos mismos medios que caen una tras otra por falta de pruebas, demuestran que las cartas están marcadas. La reacción de la Corte Suprema ante los reclamos de los damnificados, tardía o incluso inexistente como en el caso del reclamo de los abogados del ex vicepresidente Amado Boudou –que los cortesanos se dieron el lujo de rechazar sin analizar invocando el artículo 280 del Código Procesal Civil y Comercial–demuestra que nada se puede esperar de ese lado.
Como escribió Graciana Peñafort, abogada de Amado Boudou y Héctor Timerman (víctima de la causa imaginaria del memorándum con Irán que le impidió seguir su tratamiento en Estados Unidos y aceleró su muerte): “Dudo de que sea posible recusar a los jueces amigos del poder con esta Corte y esta Cámara de Casación”.
El presidente Alberto Fernández está confrontado a un dilema parecido al de la película de Ford. Como el personaje de Stewart fue muy claro en sus intenciones: “Nunca más a una Justicia contaminada por servicios de inteligencia, operadores judiciales, procedimientos oscuros y linchamientos mediáticos” y para lograrlo prometió terminar con “los sótanos de la democracia”.
Pero la barbarie judicial que le tocó al presidente no tiene la claridad de la que ejercía a punta de pistola Liberty Valance sino que se camufla detrás del fraseo de la civilización, lo que puede llevar a engaño sobre su propia naturaleza. Como escribió Graciana Peñafort: “Me he cansado de decir que el principal problema u obstáculo para investigar la persecución judicial y el espionaje ilegal del que muchos fuimos víctimas, es que el sistema corrupto de persecución judicial sigue activo, porque sus miembros, jueces y fiscales siguen en su lugar, antes persiguiendo, ahora encubriendo y encubriéndose a si mismos. Y aunque los medios hegemónicos lo tapan, porque algunos también fueron parte, la verdad no deja de salir a la luz.”
No se trata de comerse a los caníbales sino de entender que las cartas del juego de las instituciones judiciales están marcadas y que seguir intentando por ese lado sería tan absurdo como si el personaje de Stewart buscara terminar con la barbarie de aquel pueblo lejano repitiéndole a Valance una y otra vez el Preámbulo de la Constitución de los Estados Unidos.