Columna publicada en Nuestras Voces
El 20 de diciembre del 2001, Fernando De la Rúa presentó su renuncia como presidente y huyó de la Casa Rosada a bordo de un helicóptero dejando atrás un país en llamas y un tendal de muertos, varios en la Plaza de Mayo.
Terminaba así un gobierno que pese a haber generado expectativas módicas consiguió desilusiones colosales. De la Rúa nunca imaginó que su mandato trunco conseguiría la tan ansiada unidad nacional, esa que invocó en su última cadena nacional. Fue un gobierno que nadie reivindica. Algunos acusan al peronismo por haber operado en su contra, otros consideran que Raúl Alfonsín, el entonces hombre fuerte del radicalismo, no hizo lo suficiente para apuntalarlo, pero lo cierto es que ningún ex funcionario de De la Rúa, se encuentre hoy en Juntos por el Cambio o en el Frente de Todos, se vanagloria de haberlo sido. Es un gobierno del que todos prefieren olvidarse.
Hace unos días, en una entrevista el ex presidente Mauricio Macri criticó la propuesta argentina de ampliar el plazo de pago de la deuda con el Fondo Monetario Internacional. “El FMI tiene un estatuto, cuesta creer que el mundo va a adaptar sus reglas a lo que pide la Argentina. Yo siempre lo he dicho: la Argentina tiene que entender que hay un mundo al que le ha ido bien y mientras la Argentina no resuelve sus problemas macro, no resuelve tener inflación, el 99% del mundo se sacó la inflación de encima, redujo la pobreza, progresa. Entonces al mundo con esas reglas le ha ido bien, no se va a dar vuelta y decir usted quiere un cambio, se lo vamos a cambiar, eso no sucede así. No existe lo que estamos haciendo, es un nivel de ignorancia acerca de como funciona el mundo muy grande.”
Más allá de lo extraño que resulta escuchar al líder de la oposición operar en contra de la posición argentina en medio de una negociación de deuda soberana, lo más asombroso es que ni el ex presidente ni sus amables entrevistadores juzgaron oportuno recordar que la deuda en cuestión fue tomada por el gobierno de Cambiemos –en lo que fue el mayor aporte de campaña de la historia– incumpliendo ese estatuto que hoy Macri invoca en detrimento de los intereses de la Argentina. Tampoco nadie juzgó necesario mencionar que, bajo la presidencia de Macri, en la Argentina ocurrió exactamente lo contrario que en ese mundo que tanto alaba: aumentó la pobreza, la indigencia y la inflación, a la vez que el país decreció.
La misma impresión extraña causa escuchar al ex ministro devenido ex secretario de Salud Adolfo Rubinstein criticando cada semana en los medios la supuesta impericia del gobierno nacional en el manejo de la pandemia. La extrañeza surge al recordar lo que fue la administración de la salud pública en épocas de Cambiemos, un gobierno que dejó vencer casi cuatro millones de vacunas, olvidó otros doce millones en Ezeiza e incluso propició el peor brote de sarampión de los últimos veinte años, pero también al recordar como hace apenas unos meses, desde Juntos por el Cambio presentaron una denuncia penal en contra del presidente Alberto Fernández por querer envenenar a la población con el plan de vacunación.
Cada vez que escuchamos a un ex funcionario de Cambiemos con críticas frontales al gobierno y menciones vaporosas a ese mundo al que deberíamos volver, proponiendo implementar el mismo modelo que nos dejó el default y la mayor inflación desde 1989, pareciera que el DeLorean de Marty McFly y el Doc Brown nos llevó de vuelta al 2015, aquella época dorada para el macrismo en la que todo parecía posible, entre globos, promesas y talleres de entusiasmo.
Ese discurso sin mención alguna a una gestión que terminó hace apenas un año y medio parece señalar que la consigna es evaporar esos cuatro años. En realidad, Cambiemos es una oposición eterna que nunca gobernó. A diferencia de De la Rúa, Macri no padece el desprestigio de una gestión fallida: su gestión se evaporó.
El de Cambiemos es el gobierno que no fue.