Columna publicada en Nuestras Voces
En 1949, Jorge Luis Borges publicó El Aleph, un libro que incluye al cuento homónimo. En él, el propio Borges descubre en el sótano de una casa de la calle Garay “el lugar donde están, sin confundirse, todos los lugares del orbe (…) El diámetro del Aleph sería de dos o tres centímetros, pero el espacio cósmico estaba ahí, sin disminución de tamaño. Cada cosa (la luna del espejo, digamos) era infinitas cosas, porque yo claramente la veía desde todos los puntos del universo. Vi el populoso mar, vi el alba y la tarde, vi las muchedumbres de América, vi una plateada telaraña en el centro de una negra pirámide, vi un laberinto roto (era Londres), vi interminables ojos inmediatos escrutándose en mí como en un espejo, vi todos los espejos del planeta y ninguno me reflejó, vi en un traspatio de la calle Soler las mismas baldosas que hace treinta años vi en el zaguán de una casa en Fray Bentos…”
En mayo del 2003, diez días antes de que Néstor Kirchner asumiera la presidencia, Claudio Escribano escribió en La Nación: “la Argentina ha resuelto darse gobierno por un año”. El sutil error de diagnóstico de apenas once años no frenó el ímpetu del periodista ni tampoco la furia del medio, que durante los gobiernos kirchneristas se dedicó a anunciar calamidades inminentes aunque siempre esquivas.
Unos años después, durante el primer gobierno de CFK, Mariano Grondona se hacía preguntas sesudas sobre la verdadera naturaleza del kirchnerismo, ese que según Escribano no lograría gobernar el país más allá de un año: “¿Pero existe hoy, todavía, un verdadero partido kirchnerista? ¿O la campaña que están practicando los Kirchner (…) tiende a reducir a sus seguidores a una secta?”. Por si quedara alguna duda sobre lo que le deparaba a la ciudadanía, el golpista retirado que se entusiasmó tanto con la dictadura del general Onganía como con la del general Videla advertía: “La expresión militante confirma aquí la estrechez de miras que hoy tienta al kirchnerismo.”
Asimilar la militancia a una secta no fue, sin embargo, lo más asombroso que pudimos escuchar en referencia al espacio político liderado por los Kirchner. En 2016, durante el gobierno de Cambiemos que ya había empezado a perseguir opositores y a echar empleados públicos con la excusa de ser supuesta “grasa militante”, Marcos Aguinis comparó al kirchnerismo con el nazismo sin generar ninguna crítica entre nuestras almas de cristal, siempre preocupadas por defender el buen decir.
En 2019, la Mentalista Carrió opinó que la estrategia de comunicación del kirchnerismo era “fascista”. De cara a las elecciones presidenciales, advirtió: “Estamos en el límite entre república y autoritarismo, irnos con Venezuela, Cuba, Putin e Irán.”
Ese mismo año aseguró que “Fabricaciones Militares era el grupo donde La Cámpora se armaba. Y se vendía pólvora, se vendían armas, junto con el RENAR.”.
Al parecer, el kirchnerismo sería un grupo armado, nazi y fascista pero también castrista, chavista y pro-iraní, e incluso estalinista, según una comparación del entonces ministro de Cultura porteño Darío Lopérfido: “El kirchnerismo tiene la misma práctica violenta y brutal que el estalinismo”.
Por su lado, el ineludible Juan José Sebreli afirmaba en 2018 que “el kirchnerismo fue una organización mafiosa sistemática (…) un fenómeno delictivo como nunca lo ha habido”. En plena debacle del gobierno de Cambiemos, que negociaba con el Fondo Monetario Internacional el mayor aporte de campaña de la historia para intentar llegar al menos a las elecciones del 2019, Sebreli nos advertía sobre los riesgos del regreso del populismo.
En estos últimos días, varios opositores de Juntos por el Cambio y algunos periodistas serios (dos colectivos que cuesta cada vez más diferenciar), afirmaron en referencia a las próximas elecciones que estamos “a siete diputados de ser Venezuela”. La distancia que nos separa del infierno caribeño de nuestros republicanos ya no se mide en kilómetros sino en diputados.
Para sus detractores, el peronismo –hoy circunstancialmente kirchnerismo– es nazismo, chavismo, estalinismo, castrismo, fascismo, marxismo; está impulsado por su avidez al saqueo de las arcas del Estado a la vez que sus actos se explican por su ideología malévola, casi satánica. Su interés es puramente material pero también busca imponer sus ideas, siempre autoritarias. Suele ganar las elecciones pero detesta la democracia y siempre está a una victoria electoral de transformarse en algo atroz. Hace casi 20 años que nos lleva sin éxito hacia Venezuela y nos condena a una crisis asintomática que hace eclosión apenas deja el gobierno y gobiernan sus rivales. Es omnipotente pero también inútil. Logra proyectar su violencia intrínseca incluso en sus opositores, transformando a republicanos mesurados en terraplanistas enfiebrados. Es puro pragmatismo y a la vez está completamente ideologizado. El kirchnerismo es un largo listado de cualquier cosa que sus detractores detesten.
El kirchnerismo es el Aleph.