Columna publicada en Nuestras Voces
Hace muchos años, un profesor de la facultad de arquitectura definió a la necrópolis -el lugar en el que se entierran a los muertos- como el origen de la ciudad. Lo que buscaba explicarnos es que el hecho urbano necesitaba de ese espacio que remite a un recuerdo común, a un pasado compartido, para poder proyectarse hacia el futuro. Para la antropóloga Margaret Mead, el primer signo de civilización en una cultura antigua fue “un fémur que alguien se fracturó y luego apareció sanado”. Según Mead, eso nos distingue de los otros animales que al fracturarse no sobreviven el tiempo suficiente para que el hueso pueda soldarse. Antes son presas fáciles de algún depredador. “De modo que un fémur quebrado y que se curó evidencia que alguien se quedó con quien se lo rompió, y que le vendó e inmovilizó la fractura. Es decir, que lo cuidó”.
La memoria de los muertos y el cuidado de los vivos nos definen como humanos.
El domingo pasado, el presidente Alberto Fernández encabezó una ceremonia en homenaje a los fallecidos por el coronavirus a la que fueron invitados representantes de los diversos credos del país y de los trabajadores esenciales, así como los gobernadores y el jefe de gobierno porteño.
Fernández afirmó que con esta pandemia “estamos presenciando un cataclismo que azota a la humanidad, con millones personas fallecidas en el mundo entero”. Recordó que “cada una de las personas que fueron víctimas de la pandemia tenían un nombre, una vida, cada una tenía hija, hijo, hermanos, madres, padres, familiares y amigos”; y subrayó que “a quienes se han ido en estos momentos dolorosos no los olvidaremos nunca”. También agradeció “en nombre de toda la sociedad argentina” a los trabajadores de la salud.
En el inicio del acto realizado en el Centro Cultural Kirchner se hizo un minuto de silencio en homenaje a todas las personas fallecidas por la pandemia, luego la actriz Laura Novoa leyó algunos poemas y anunció: “Mancomunados a pesar de las distancias, se encienden en el centro Cultural Kirchner 24 velas que representan a los fallecidos en cada una de las provincias argentinas y en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires”. También se entonaron algunos temas musicales, como ´Zamba para no morir´, de Hamlet Lima Quintana, interpretada por Nadia Szachniuk y Juan Falú () y al finalizar cada uno de los presentes depositó una rosa blanca al pie de cada vela en recuerdo de los fallecidos.
De haber sido llevado a cabo en Paris y presidido por Emmanuel Macron, es probable que el homenaje hubiera recibido el emocionado apoyo de nuestros medios serios y de la oposición de Juntos por el Cambio (dos colectivos que cada día cuesta más diferenciar). Algunos hubieran señalado el gesto ecuménico de convocar a los representantes de las diferentes religiones del país, otros hubieran valorado la presencia de oficialistas y opositores, la sobriedad de los artistas en un momento tan doloroso o incluso la genuina emoción generada por sus interpretaciones. No hubiera sido extraño que tomaran ese acto virtuoso realizado en un “país serio” como contracara de lo que ocurre en la Argentina, “este país de mierda”.
Pero la ceremonia se llevó a cabo justamente en “este país de mierda” por lo que la reacción opositora fue exactamente la contraria: un nuevo Nado Sincronizado Independiente (NSI) de indignación colectiva. El periodista Marcelo Bonelli criticó la transmisión por cadena nacional de la ceremonia y explicó que “el mejor homenaje que puede hacer el gobierno es reducir el impacto de la pandemia”. Para el diputado radical Mario Negri, “quisieron evitar el efecto del golpe de los 100.000 muertos que van a sonar como un estruendo”. La periodista de La Nación Laura Di Marco consideró que la ceremonia en el CCK fue “una manipulación macabra” y que el saldo de fallecidos corresponde a “tres dictaduras juntas” (un dato que no deja de ser relevante: nuestra derecha empieza a aceptar la cifra de 30.000 desaparecidos durante la última dictadura cívico-militar).
Luis Majul también criticó el acto y explicó que “está todo mal” mientras que su colega Luis Novaresio, un periodista que suele pasar por mesurado, opinó que en el gobierno “están extraviados. Fuera de la vía, hacia afuera del camino. Si no, no se explica el desatino del acto de ayer domingo ¿recordando?, ¿homenajeando? a las 92.360 víctimas argentinas del coronavirus”. Más rudimentaria, Florencia Arietto asimiló la ceremonia al “fascismo”, lo que no deja de ser asombroso teniendo en cuenta que la semana pasada denunció al gobierno por llevarnos hacia el “comunismo”. Con furia grandilocuente, el diputado Gonzalo del Cerro consideró que “no tienen emocionalmente ningún límite, nada los detiene en su farsa, ni el dolor de los vivos de duelo los desvía de objetivos ominosos”, mientras su colega, el diputado Jorge Enríquez, calificó el acto de “fascistoide”.
El rechazo a la ceremonia no fue una reacción impulsiva sino una decisión racional. El final calamitoso de su gobierno impide que Juntos por el Cambio pueda apoyarse desde la oposición en esa gestión y a diferencia del 2015, cuando todo era futuro, hoy no tiene nada nuevo para ofrecer. Es por eso que elude el debate político y lo reemplaza por la furia ciudadana y el moralismo selectivo.
Al oponerse tanto a las medidas sanitarias para limitar la circulación del virus como al plan de vacunación -incluyendo una denuncia penal contra el presidente por intentar envenenar a la población- la oposición dejó de lado el cuidado hacia los vivos y hoy denigra una ceremonia en memoria de los muertos.
Tal vez la deshumanización no sea el mejor camino para volver a seducir a las mayorías.