Entre las muchas calamidades generadas por el kirchnerismo sobresale la de haber transformado a varios referentes intelectuales, de esos que antes nos sorprendían con puntos de vista que la mayoría no percibía, en señoras gordas atemorizadas.
Santiago Kovadloff escribe en un artículo publicado en La Nación: ¨(…) donde el lenguaje se corrompe, algo más que el lenguaje se corrompe. El basural en que se lo convierte contamina indefectiblemente el pensamiento. (…) El deterioro de las instituciones y la indigencia del lenguaje no son equivalentes, pero se complementan.¨
Es un argumento un poco abstracto y al menos opinable. En el caso de la Argentina, la gran catástrofe política y social que representó la dictadura, en donde el deterioro de las instituciones fue total, no se caracterizó por un lenguaje corrupto. Videla no tenía un léxico cloacal, para retomar una imagen del propio artículo y Martinez de Hoz no trataba a sus rivales con términos soeces. Los adversarios políticos no eran difamados. Sólo se los liquidaba, con el invalorable apoyo del diario en el que escribe Kovadloff.
Luego de citar a George Steiner y lamentar un mal al parecer universal, Kovadloff sintetiza la cruda realidad local: La violencia verbal es monopolio del oficialismo. Los discursos desaforados de Biolcati, Carrió o Mendez, plagados de amenazas, insultos y descalificación (que a mi no me quitan el sueño ya que diferencio la violencia teatralizada de la violencia real, pero que deberían preocupar a Kovadloff) no parecen estar a la altura de los del Jefe de Gabinete, CFK o los de algún oficialista como Hebe de Bonafini.
¨(…) no es casual que en el país coexistan las peores embestidas contra la libertad de expresión y la siembra de inmundicia verbal con la que se trata de embadurnar a sus voceros.¨
El talento básico de este tipo de ejercicio reside en ir de lo general, con alguna base erudita, hacia lo particular, que suele traicionar un costado más militante, y en acumular en una misma frase vapores de diferente intensidad. Sensaciones con hechos y miedos con acusaciones. No hace falta definir cuales son esas terribles embestidas contra la libertad de expresión para que, por ejemplo, mi tía Chola y su peluquera entiendan el mensaje. Hebe de Bonafini, Moreno o las anibaladas cumplen el mismo rol. Generan una empatía inmediata entre quienes, junto a Chiquita Legrand viven en el país del miedo, sin necesidad de argumentar algo.
El ejercicio es parecido a los que lleva adelante un escritor insignificante como Aguinis, pero a diferencia de Kovadloff, él siempre lo fue. Son escritos amistosos, sin ninguna exigencia, que se olvidan sin necesidad de leerlos.
El final del artículo, escalofriante, le podría curar el hipo a Freddy Krueger:
¨(…) Así, a la inseguridad conocida se suma una nueva. Transitar por las calles, las avenidas y las rutas es, desde hace mucho, un riesgo radicalizado. Frecuentar libremente la senda de las palabras empieza a serlo también. Dos formas del delito se complementan en la Argentina para multiplicar una misma desolación.¨
Creo que hasta la peluquera de mi tía Chola encontraría eso de que ¨frecuentar libremente la senda de las palabras¨ sea un ¨riesgo generalizado¨, un poco exagerado.