Notas

El collar Van Cleef, el puente y la sensación de corrupción

By 11 noviembre, 2018

“Me preocupa la corrupción del puente que no se hace, no la corrupción del puente que se hace y cuesta 40% más.”

“El costo visible de la corrupción es cuando convive con las decisiones equivocadas respecto de la gestión del país y el rumbo.”

Miguel Bein

Una letanía persistente describe a los kirchneristas como gobernantes inescrupulosos cuyo único fin es acumular riquezas, pero que sin embargo confrontan con los grupos económicos más poderosos, históricamente proclives a premiar los apoyos políticos. Dispondrían para el saqueo de la ayuda incondicional de una justicia adicta, aunque asombrosamente no logran el apoyo de esa misma justicia adicta en iniciativas que consideran vitales, como la Ley de Medios.

El hecho que las condenas por corrupción no estén a la altura de la sensación de corrupción, sólo prueba la complicidad judicial. “Si no condenan a los chorros es que los jueces también lo son”, concluye el ciudadano virtuoso, reemplazando al fallo imperfecto por la perfección de sus certezas.

Ese mismo ciudadano virtuoso exige que un funcionario sospechado o investigado renuncie, otorgándole a los medios de comunicación o al Poder Judicial, cuyas investigaciones pueden durar décadas, el poder de vetar ministros o incluso Jefes de Gobierno.

La sensación de corrupción clausura cualquier debate político. El sospechado es corrupto y el corrupto es sólo eso, un corrupto. La sensación de corrupción iguala al conjunto de la oposición. Quienes están a favor de alguna iniciativa oficial denuncian con el mismo fervor esa corrupción junto a quienes se oponen con ahínco a aquella iniciativa.

Sin embargo, si a través de un ignoto Lanata del siglo XIX hoy nos enteráramos que Sarmiento robó un cenicero en la Casa Rosada no lo trataríamos por eso de corrupto. “Es sólo un cenicero” argumentaríamos con razón. ¿Y si fueran 100? ¿Y si fueran 1.000 o 10.000? ¿A partir de cuantos ceniceros Sarmiento dejaría de ser un ejemplo para transformarse en un corrupto cuya obra política no merece ser analizada sino sólo denunciada su condición de tal?

¿Si nos enteráramos que Moreno Ocampo pasó viáticos indebidos durante el Juicio a las Juntas, eso modificaría su notable tarea como fiscal adjunto en ese mismo juicio?

Por otro lado, ¿el drama de los ´90 fue la pista de Anillaco o el petit hotel de María Julia o un diagnóstico errado que llevó el país a la quiebra?

Del primer peronismo hoy valoramos el aguinaldo, las vacaciones pagas, las viviendas sociales, los hospitales o el estatuto del peón, pero insólitamente no recordamos las escandalosas joyas de Evita, la supuesta fortuna de Perón o los sospechosos manejos de la Fundación Eva Perón. Y sin embargo esos hechos desbordaron los medios opositores de aquella época y las conversaciones indignadas de ciudadanos virtuosos, incluyendo algunos que apoyaban las medidas que tomaba ese gobierno detestado.

Un gobernante debería ser juzgado por sus iniciativas políticas, como un escritor por sus libros y un director por sus películas. Eso es lo que perdura y lo que cambia, para bien o para mal, la vida de las mayorías. Si además robó un cenicero, o mil, o cien mil, esperamos que sea juzgado y condenado, probablemente con la dificultad que implica juzgar y condenar a cualquier ciudadano poderoso (si los jueces fueran inmunes al poder nuestras cárceles no estarían tan llenas de pobres diablos y tan raleadas de poderosos).

Foto: Evita con el escandaloso collar diseñado por Van Cleef (gentileza Fundación Led para el Desarrollo de la Fundación Led)